Capítulo XXI.

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ANHELO EN LA LLUVIA — LOS PELAOS.

Abrir mis alas.

Jugaba con los muñecos de plástico de Alana

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Jugaba con los muñecos de plástico de Alana.  Mi pichurra estaba sentada en una piscina de esas pequeñas en las que los bebés pueden pasar un sin fin de horas chapoteando el agua.

No podía dejar de observar cómo tomaba sus muñequitos y me los ofrecía para que jugara con ella, cosa que hacía.  Eso no impedía que la ira abandonara ni un solo gramo de mi cuerpo.

Tenía tanta impotencia por lo que había visto que juro por quien carajos sé yo que de cortarme una vena en vez de sangre expulsaría ají chirel con gusto.

Solo unos pocos segundos fueron suficientes para que toda mi facie cambiara como si un balde de agua caliente me hubiese caído en forma de torrencial aguacero.  El hervor que sentía en la piel no se comparaba con nada, ya hasta creía capaz de quemar y desintegrar la ropa que llevaba puesta.

—Tía. —Extiende su regordeta mano para entregarme un pez de hule, el cual tomo, aprieto con fuerza para que caigan chispas de agua que están contenidas en su interior y que ella adora que haga.  Ver sus pequeñitos dientes producto de la risa es la única fórmula capaz de hacerme olvidar por leves segundos la enorme calentera que llevo a cuestas.

—Mierda, amiga.  Sino quitas esa cara, te juro que empezaré a sentirme culpable. —dice Arantxa que me acompaña.  Ambas estamos sentadas una al lado de la otra en unos bancos de madera diminutos vigilando lo que hace nuestra pequeñita. 

—¿Y por qué se supone que debas sentirte culpable?  Mi rollo es mío y de nadie más... bueno, a él también lo incluye. —Otro nuevo juguete cae en mi regazo, está vez una pelotita de colores rebota en mi pierna, la cual atajo con rapidez.

—Bueno... es que desconocía que esa mujer vendría.  Además que no sé bien quién es, tampoco fue que me la presentó como su novia, mujer, prometida, no como cuando conocí a Carla.  Solo me dijo que era una amiga y ya.

—Já —interrumpo mordaz. 

Desde hace mucho le relaté a Arantxa todo lo ocurrido.  Ni siquiera fui precavida en obviar detalles, era algo de lo que nunca me arrepentiré porque lo viví con la mayor plenitud del mundo.  Fue –y aún lo sigue siendo–, la experiencia amorosa más intensa que he vivido. 

Mi amiga no se encargó de reprocharme o hacer conjeturas que no venían al caso, sin embargo, más de una vez me advirtió que algo así podía llegar a ocurrir, y vaya que no se equivocó, ya que alega que los tiempos de sanación interna entre hombres y mujeres son muy ambiguos, donde para ellos un mes o dos de soledad está bien, para nosotras puede llegar a ser indefinido.

—¿Pero por qué no hablas con él, amiga? —interviene buscando la forma de encontrar un punto de equilibrio que no desencadene una hecatombe a escasos días de su matrimonio.  Y más cuando él y yo somos los padrinos de dicha unión.

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora