Capítulo XVII.

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TODO EL AMOR — YORDANO.

Amo la vida.

Huele divino, a tierra húmeda

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Huele divino, a tierra húmeda.  Yo adoraba ese olor, me transportaba a La Toscana, a la época en que el otoño y la lluvia mojaban los viñedos, mi infancia..., el momento de la cosecha y la vendimia, mirar los olivares repletos de aceitunas, y ayudar a Mamma a cocinar setas que ella misma cultiva en su pequeño huerto, uno que está justo detrás de la casa de mis abuelos paternos.

Pero no estaba en La Toscana, mucho menos en Italia, sino en un lugar súbitamente inexplicable.  En realidad no tenía ni la más mínima idea en donde me encontraba.  Tratar de ubicarme se me hacía casi que imposible.

Cierro los ojos e inhalo de nuevo, varios aromas se conjugan a mi alrededor y deambulan por mis sentidos.  El oxígeno frío se inserta con rapidez en mi cuerpo, para hacerme titiritar de una sola vez, sin siquiera pedir permiso.  Me estremezco y sigo caminando.

«En algún momento debo conseguir algo, ¿no?»

El panorama no es tan bonito como el delicioso aroma que percibe mi nariz, más bien es lúgubre, apagado, un tanto inhóspito, me atrevería a jurar que hasta triste.  No tengo miedo, mucho menos calor, ni siquiera podía percibir algo de dolor, «es que en los sueños no hay ese tipo de sensaciones» hablaba mi conciencia parlanchina.  Pero quería salir de ese estado y no podía hacerlo, intentaba despertar y volvía a caer en el mismo sitio...

Observo mi cuerpo para verificar que mis zapatos se perdieron en algún lado, estoy descalza.  También llevo enfundado un vestido blanco que no debe ayudar en nada con el color pálido de mi piel, debo parecer el propio fantasma. 

Hundo con más fuerza el pie en la tierra y sonrío.  Si esta húmedo el terreno, también es deliciosa esa sensación que aún no había percibido.  Pensé que en los sueños no existían sensaciones, otro descubrimiento más.

Me dispongo a caminar, tal vez llegue a algún sitio.

Llamaba mucho mi atención estar consciente que me hallaba metida en un sueño, cosa que nunca había sucedido en mí.  Yo siempre creí que los seres humanos no éramos capaces de controlar ese tipo de cosas, ahora veo que no es así.

Bordeo una casita de madera que se posa frente a mis ojos.  Al llegar a la parte posterior un grupo de cinco pequeñas niñas, quizá como de dos o tres años, todas exactamente iguales, vestidas con bañador de colores fluorescentes (verde, amarillo, naranja, violeta, fucsia) —lo único colorido que adorna el paisaje—, extremadamente blancas y de cabello castaño recogido en un perfecto moño, así como flequillos que cubren sus frentes, están sentadas en una especie de cerca, con las uñas de sus manos y pies barnizadas a juego con su bañador.  Mueven sus piernas de forma armónica y acompasada, de adelante hacia atrás, ya que se hallan suspendidas en el aire, como si estuvieran chapoteando agua en una piscina.  Me observan mas no dicen nada, y dudo mucho que sepan hablar a la perfección, están muy chiquitas.

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora