Capítulo I.

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ANGEL – THE WEEKND

Ideas Truculentas

—¡Suéltame! —espeto notablemente molesta

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—¡Suéltame! —espeto notablemente molesta.

«Quién pinche carajos se habrá creído este menso para agarrarme así»

Bufo de la ira. No soporto que un hombre tenga la osadía de tocarme como si fuera un objeto en vez de un ser humano, ese tipo de cosas no entran en mi cabeza lógica y cuerda. Jamás he permitido que alguien me toque de esa manera, no porque sea un fosforito, o tal vez sí... sino por el hecho de sea quebrantado el respeto hacia el otro.

Logro liberarme con prontitud de su agarre, ya que se descuida al frotar sus manos por su rostro mortuorio. Parece que lo hubiesen sacado de la mismísima morgue. Está pálido y muy demacrado, de verdad que a este hombre la vida se le está volviendo una soberana mierda.

Una oleada de calor recorre mi sistema, pasando por mis piernas y acentuándose en mis mejillas. Su desnudez me produce una mezcla contundente entre pena ajena y pudor, así que corro mi vista a un lado para darle un poco de privacidad a él, y hasta creo que a mí misma.

Apoyo mi cuerpo en la otra pierna con el objeto de equilibrar un poco mi peso corporal y el de mi chiquita sobrina. Vaya que entre los dos me tenían del timbo al tambo. Mis ojos no pueden dejar de escrutar a ese ser humano que ya parece una piltrafa, así que con el mayor cuidado, y más de reojo que de frente, observo un poco su afligida mirada, una capaz de helar al mismísimo volcán en erupción.

Debería haberlo dejado solo, pero mis principios me hacen seguir aquí, parada a su lado, en espera, quizás, de que no se lance al vacío, aunque dudo mucho que ese era su plan, sino desde hace rato habrían llamado a Arantxa o a Juan Ignacio para hacerles saber la fatídica noticia.

Lo exploro un par de segundos más y de verdad no hallo mucho. Solo un chico sumido en su mundo de penas, ahogándolas en el mar del alcohol, sopesando si es mejor vivir o morir, o tal vez ser un zombi en el mundo de los vivos... de verdad que no sé muy bien que hay dentro de esa cabeza, sin embargo, una profunda tristeza cobija nuestro alrededor, tiñendo el entorno de esa densa y melancólica agonía, y por mero instinto abrazo con más fuerza a Alana, quizá porque con ese gesto logro cargar mi corazón de ese amor puro que solo un bebé puede cobijar a un ser humano. Su olor característico llega a mí y lo único que deseo es entrar, buscar algo de calor y salir de estas cuatro paredes, o en su defecto del minúsculo balcón.

«Que injusta y extraña es la vida...», no tengo más que pensar, a pesar de haber motivos que expliquen su desdicha no puedo creer que una persona se hunda y toque fondo por culpa de otro. El silencio se torna pesado y ya su desnudez no logra intimidarme, al contrario, más bien llama mi atención, ya que pareciera que alguno de los dos fuese invisible, creyendo en mi fuero interno que yo soy más traslúcida para él que viceversa.

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora