Presente.

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AY DIOS ― FRANCO DE VITA.

No me gustaba para nada cuando despertaba por detestables sueños, en los que la única protagonista era ella, la insulsa mujer que dañó parte de la integridad de mi alma, una que ni siquiera mi pequeña hada pudo estructurar

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No me gustaba para nada cuando despertaba por detestables sueños, en los que la única protagonista era ella, la insulsa mujer que dañó parte de la integridad de mi alma, una que ni siquiera mi pequeña hada pudo estructurar.  No recomponer, ni mucho menos sanar, sino crear una nueva para darle cabida a su luz, su grata presencia, su única e indescriptible... esencia.

¿En realidad era posible darle a un cuerpo un alma nueva?  Tal vez mi análisis profundo se salía con creces de todo juicio lógico y cuerdo, pero la vida se encarga de dar vueltas y girar con un asombroso vuelco.  Cuando más perdido me hallaba, alguien apareció en mi camino para encauzar mis abstractos demonios, esos que solo pueden anidarse en sí mismo, viviendo de tu propia desdicha.  Aquellos que alimentamos con tristeza y pena, a los que le damos mayor poder cada día, con el solo objeto de destruir nuestro ser. 

Irremediablemente me mantuve sereno, un tanto distante, respetando y limitándome solo a desear a alguien que ya poseía un dueño.  Dejando que mis fantasías solo pudiesen florecer en sueños en la intimidad de mi apartamento, regalándole solo una amistad, sincera y plena, pero amistad al fin.  Era mejor tenerla así, que ni siquiera poder hablarle, o peor aún, no poder verla. 

Y las cosas se dieron solas, ambos nos hallamos sin rumbo, por problemas similares que volcaron en orígenes distintos.  La soledad como mejor compañera, y las penas como el único plato servido en bandeja de plata día a día.  Mentiría si digo que no anhelaba con todas mis fuerzas que ocurrieran así las cosas, le pedía a los santos de todas las religiones habidas y por haber porque llegara más rápido que tarde ese momento.  Y cuando llegó me sentí tan mal por ella, porque la vi llorar tanto que hasta creí que las fuerzas de mis pensamientos traspasaron todo límite para embarrarla de lo putrefacta que era mi existencia, reprochándome por darle cabida a un sentimiento el cual no podía detener de ninguna forma.  Las almas puras no se merecen ser teñidas de la energía oscura, y así como el negro mancha todo, pues yo pensé que había destruido su pureza.  Cosa tonta, demás está decir, que el blanco y el negro no son colores, sino que uno se encarga de absorber toda la esencia del otro formando un perfecto equilibrio.  Tal cual como el día y la noche, como el yin y el yang , el sol y la luna, el frío y el calor.  Ella; fuego, volcán, vitalidad y pasión.  Yo; hielo, agua, calma y melancolía.

Observo su cuerpo encogido de medio lado en mi inmensa cama.  Anoche por cada movimiento que hacía para darle espacio ella se corría buscando ¿quizá calor? No lo sé con certeza, lo real es que me tenía al borde del colchón, casi que al darme una vuelta era posible que cayera de un solo trastazo al suelo, al final la abracé en la tan popular posición de cucharita y caímos rendidos..., rendidos hasta que esa escoria se coló en mi mente, sacándome del calor de mi pequeña amada.  Trayéndome de vuelta a la realidad, no asustado, sino tremendamente molesto porque siguiese irrumpiendo en mi vida.

Solo veo uno de sus dos pies cubierto por una media blanca que debe llegarle hasta las rodillas y que sale del rectángulo inmenso que es mi colcha tejida.  A pesar de ser el volcán cargado de intensa energía, es una friolenta de primera, y su principal manía consiste en dormir con medias largas, de esas que usan las colegialas que asisten a la secundaria en uniformes escoceses de faldas plisadas, bordeando las rodillas.   Yo también poseo manías a la hora de dormir, y una de ellas es hacerlo como dios nos manda a este mundo, totalmente desprovisto de ropa.  Puedo decir que me encanta que mi pareja duerma conmigo de la misma forma en que yo lo hago, el detalle es que ese cuerpo cálido que está hiper laxo en el colchón, acurrucada como una bebé, viene equipada con un saco de costumbres que por nada del mundo podré derrumbar, y entre ellas están sus medias, o las mías, cualquiera que consiga y le lleguen a las rodillas sin importar su procedencia.

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora