Capítulo IV.

8.7K 841 106
                                    


ARCTIC MONKEYS — DO I WANNA KNOW.

Desnuda.

Imagen del artista: Loui Jover

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Imagen del artista: Loui Jover.

—Gracias—, repite de nuevo luego de haberle ofrecido llama.

Retrocede dos pasos y gira para apoyarse de la baranda, y así seguir pérdida en el horizonte, además de dar una profunda calada que me deja más que sorprendido. Aspiró tanto que ya no me queda seguridad si le quedó algo para consumirse, la cantidad de humo que salió de esos pulmones fue impresionante. ¿Dónde rayos acumulas algo así en ese pequeño cuerpo?

«Eso sí que es una buena fumada, chiquitica» repito en el interior de mi cabeza.

Camino unos pasos y me posiciono al lado de ella. No pretendo invadir su espacio, muy a la par de que lo estoy haciendo, y menos reventar su pesado silencio. El detalle es que soy una masoquista de mierda que está interesado en saber qué demonios sucede en su vida, por qué tanto rollo alberga su intimidad.

Me observa de reojo a la par de que comparte su cigarrillo conmigo. Para ser sinceros es bastante extraña, ayer me observaba con un tanto de deprecio y hoy sus pozos verdes aceituna me darían la antesala contemplativa de un reflejo que denota tranquilidad, cordura y quizá un poco de comprensión, ¿hacía quién? No lo sé aún.

Me siento raro, casi como un adolescente que intenta acercarse a una pequeña colegiala un tanto arisca, y que no tiene ni la más puta idea del por qué está a su lado en vez de dejarla sola en su barullo mental. Los problemas de parejas suelen estar salpicados por terceros y es más que lógico que los metiches como yo salen mal parados al intentar opinar algo sobre una relación. Además que es bien sabido que nadie imagina que gotera cae en casa ajena, refrán muy cierto, a decir verdad.

Otra calada más y extiende su mano para ofrecerme lo poco que queda, el cual tomo con algo de desconcierto e inhalo con profundidad. Entrelaza sus dedos y rompe el silencio en el cual nos perdimos los dos, ella por su discusión y yo por respetar a medias esa actitud, porque es evidente que ya traspasé la delgada línea de la prudencia al posicionarme como el propio tonto a su lado.

—Te debo una caja de cigarrillos —comenta más al viento que a mí. Su voz está apagada y exenta de la euforia que posee al hablar. No creo que sea tristeza lo que colinda esa alma, más bien es cansancio, y decepción tal vez...

—No me debes nada, tranquila... —Gira y me observa fijamente, obligándome a correr la vista y mantener mi ojos pegados en el horizonte. Sinceramente para su tamaño, lo chillona que suele ser cuando grita, y la forma frontal como enfrenta el mundo, tiene una mirada súper pesada, de esas que hablan por sí sola, de aquellas que no necesitan de mucho para desmenuzarte como le da la gana, no con alevosía ni lujuria, sino más bien como un signo marcado de una personalidad avasallante. Me recuerda un poco a las monjas del orfanatorio donde crecí, esas que no necesitaban sino alzar la vista y traspasarte sin necesidad de emitir un juicio para que ya te pusieras al día con alguna tarea, así como cumplir con las obligaciones. Pobrecita de la carricita, «con quién te vine a comparar»— ¿Qué tanto me miras, Antonella?

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora