twenty five for life.

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Había pasado mucho tiempo. El bebé ya tenía más cabello y comenzaba a tener un gran parecido a Marshall, pues tenía los labios finos, y de Eileen había heredado la nariz, la tenía muy perfilada. El cabello del bebé era rubio, demasiado, eso les gustaba a Eileen y a Marshall.

A pesar de tener el bebé en aquella silla, mientras Eileen sacaba platos de la despensa y Marshall jugaba con su hijo, no podían terminarse de creer que tenían un hijo al que decidieron tener a pesar de que no estuvieran en sus planes. Honestamente, los dos pensaban que con la llegada de un niño a sus vidas, las cosas iban a empeorar pero como regalo del cielo, les mejoró mucho la vida. Se sentían nuevos.

—¿Quieres alimentarlo tú o yo?—le preguntó Marshall.

—Hazlo tú—le pasó el pequeño plato con la papilla de banana—. ¿Ya sabes como hacerlo?

—Sí, es tan fácil como...—metió la cuchara en la boca del bebé que no dejaba de sonreír—. Se manchó un poco pero no importa—dijo limpiando la boca de su hijo con el babero.

—Has mejorado, aunque sea ya no riegas la comida. Regabas más que Marshall—bromeó. La chica se sentó a lado del chico y tomó un poco de su cerveza.

—Está grande, ¿no crees?—le dijo Eileen mientras miraba al chico que ya terminaba de darle de comer a su hijo.

—Sí, es como si creciera a cada minuto.

—Ya sabes que tu cumpleaños está cerca y estaba planeando que lo celebráramos en el muelle en el que tuvimos nuestra segunda cita.

—¿Llevaremos a Marshall?—frunció el ceño—. Pero si hace frío a más no poder por allá.

—No importa lo cubriremos con los mantos que tenemos—alzó los hombros—. ¿Qué dices?

—Pues no es mala idea—dijo seguido de una mueca.

(...)

Las noches eran las peor parte del día, pues Marshall lloraba cada hora, causando que no durmieran absolutamente nada. El llanto era agudo y molesto.

—¿Te levantas tú o yo?—preguntó Eileen con voz de dormida.

—Voy yo—se levantó con dificultad y luego caminó a la habitación de enfrente—. Veamos qué tienes—tomó a su hijo y lo acostó en una mesa que tenía los pampers y diversas cosas.

—Esto huele asqueroso...—susurró. Desabrochó los pampers y luego tomó un par de toallas húmedas para limpiar el trasero del niño, agarró un pamper limpio y lo colocó—. Bueno, está bien—sonrió y luego besó a su hijo quien reía—. Ahora no llores y déjanos dormir—le sonrió y lo volvió a colocar en la cuna.

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