I - El Paseo

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Siglo XXI

Era un día soleado en el parque Saint James, en Londres. Algunas familias caminaban, otras hacían picnic, con sonrisas y juegos infantiles surgiendo de todas partes. Un poco más adelante, un niño andaba con su abuelo por un pasaje, en medio del jardín. Tras unos pasos, se sentaron en el banco de la plaza para charlar, mientras se comían un helado. Eso formaba parte de su ritual de los domingos.

Al niño, de cabello castaño claro, le encantaba mirar a los animalitos que vivían allí en el parque, circulando entre las personas. Ardillas andaban por las ramas, pelícanos se posaban en el césped y cisnes nadaban en el lago rodeado de árboles, todo orquestado por los cantos de los pájaros. El abuelo materno, con su instinto  protector, era la compañía que a Andrew más le gustaba, ya que veía muy poco a su madre, con la cual vivía. Ella, abogada, tenía más tiempo para dedicarse a los tribunales que para pasear con su hijo. El viejo Jonathan era viudo y disfrutar de su nieto era su mayor placer en la vida. Le encantaba contarle historias en estas ocasiones, mientras paseaban, sin la  interferencia de nadie. Juntos, el abuelo volvía a ser un poco niño — ¿Y por qué no? El niño un poco más adulto.

— Abuelo, me prometiste que me hablarías sobre el hombre que hablaba con fantasmas — dijo el niño ilusionado.

— ¿Pero, Andrew, no tienes miedo de oír esas historias?

— ¡Claro que no! Siempre veo a los espíritus paseando por ahí y no me importa. Hasta hablo con ellos... — comentó él, bajito, como si contase un secreto — Por eso quiero conocer esa historia...

El viejo Jonathan abrió los ojos de par en par con aquella declaración tan inocente de su nieto. La preocupación le llegó al alma y se dio cuenta de que era hora del niño saber más sobre el mundo espiritual. Eso sería vital para su protección. A fin de cuentas, él sabía que muchas criaturas sobrenaturales andaban sueltas por el mundo de los seres humanos.

Como el padre del niño, por ejemplo. Phillip era especial, ya que conseguía vivir con tranquilidad en la tenue línea entre los vivos y los muertos. Y, a pesar de este don — o maldición — incomparable, nunca le había contado nada al pequeño Andrew... Tal vez para protegerle... Jonathan, el abuelo, pensaba diferente, y prefirió abrirle los ojos al niño para aquel mundo, contándole esta historia.

El abuelo miró la hora y vio que aún tendrían  bastante tiempo juntos aquella tarde. Entonces, empezó a buscar en la memoria la historia que el niño tanto necesitaba oír.

— Todo empezó hace mucho tiempo, cuando el mundo era bastante diferente de este que tú conoces, y los hombres aún creían en los misterios de la noche...

Andrew fijó los ojos en su abuelo y sus oídos parecían antenas, captando cada palabra que oía. A partir de aquel momento, conocería los secretos más importantes de su vida.

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El Hombre FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora