IV - Los Ausentes

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Floresta Sombría, Germania

La floresta estaba oscura, llena de secretos. La única claridad presente venía de un roble milenario, imponente, iluminado por la luz de la Luna. El astro guardián de la noche poco a poco aparecía, descubierto por las nubes que se movían en el cielo. En medio al denso follaje, habitaban criaturas que los hombres temían, incluso no sabiendo el nombre... Lo sabían sólo por el escalofrío inesperado en la columna cuando algunas de ellas estaban cerca. Allí era el lugar donde la magia reinaba, manifestándose a través de la naturaleza.

Pero las cosas estaban cambiando. Tiempos sombríos se aproximaban, en los que la humanidad intentaba destruir todo aquello que no comprendía en nombre de una extraña fe, donde toda la magia estaba siendo combatida y aniquilada. Para buscar soluciones, una reunión fue convocada. Magos, brujas y hechiceros de todo el mundo buscaban alternativas para defenderse de la gran persecución iniciada por los inquisidores, conocida como Caza a las Brujas. En aquel lugar oscuro, las personas fueron llegando silenciosamente, abriendo camino en la claridad. La reunión ocurría en la parte más cerrada de la floresta, que era verde con tonos oscuros, repleta de árboles gigantes. El área era un valle cercado de montañas, con una caída de agua proveniente de un río, generando energía para los miembros mágicos del cónclave. Ellos necesitaban los elementos de la naturaleza para mantener su vigor: el agua, el fuego, la tierra y el aire. Ningún pájaro piaba, todos ansiosos con el desarrollo de los próximos acontecimientos. Nunca antes una reunión tuviera un aire tan pesado, tan triste como aquella. Antes de la persecución, los hechiceros eran respetados por los reyes, que los tenían a su lado en la Corte como consejeros importantes. Las brujas eran parteras y realizaban curas, además de ser consultadas por las personas de la sociedad sobre recetas de ungüentos, medicinas y soluciones para problemas diversos. Con la persecución, todo cambió. Los brujos fueron expulsados de sus cortes y se convirtieron en fugitivos. La palabra orden pasó a ser el miedo... Miedo de ser exterminados, de tener a sus familias destruidas.

Inocentes murieron en consecuencia de eso, incluso mujeres embarazadas. Muchas madres dejaron huérfanos por el mundo, que lloraban abandonados a su propia suerte.

Frente a eso, el presidente del Consejo, el gran Agathor Reinecker, conocido como el Rey de los Magos, decidió reunir allí, en aquella floresta, a los representantes de todos los clanes mágicos de Europa.

Allí, en aquella floresta, la madrugada silenciosa envolvía con un abrazo gélido a los integrantes del cónclave. La brisa cortante murmuraba por la floresta y montañas de Bohemia, palabras y encantamientos tan antiguos como el propio tiempo; las hogueras que iluminaban el centro del lugar de la convención hacían que las sombras de los presentes fluctuasen. Las antorchas estaban dispuestas en forma de un círculo alrededor de la congregación y dos búhos lo observaban todo, atentos, con las garras clavadas en la rama de un gran roble. La Luna, por fin, se presentó majestuosa, iluminando los caminos que llevaban a la Floresta Sombría y a todos los convocados a la reunión que estaban presentes.

Había los Bergues, venidos de Francia y otras regiones de Germania. Quien los comandaba era el propio mentor de la reunión, Agathor. Su cabello blanco le caía sobre el rostro, enmarcando su faz hasta llegar a la barba grisácea. Todos le respetaban por el más alto grado alcanzado entre los magos de Europa. Sus vestimentas eran blancas y usaba un manto grande que le llegaba a los pies. En la mano, portaba un cayado grande, en cuya punta una piedra roja brillante relucía a la poca luz nocturna.

Dice la leyenda que, cuando aquel cayado lanzaba la luz reflejada de su piedra sobre cualquier lugar, revelaba la presencia de todos los seres mágicos allí escondidos. Y el dueño de tal poder tenía la oportunidad de ver todo a su alrededor, sin los velos que entremezclan los mundos.

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