XIV - Inmortal

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Juan decidió salir de la caverna con el niño, lo más rápido posible. La criatura de las tinieblas ya había descubierto su escondrijo y era peligroso permanecer allí. Sería sólo una cuestión de tiempo para que fuesen atacados nuevamente. Por eso, cogió al niño y fueron a una vieja cabaña que había en la Floresta Sombría, olvidada por todos. Allí estarían a salvo; por lo menos de momento. El mago necesitaba un tiempo para encontrar un hogar para Phillip, donde estuviese seguro.

Después de andar por algunos kilómetros, llegaron al lugar que sería el escondrijo. Parecía más una choza abandonada, escondida por los árboles, que el viejo conocía de sus andanzas. Allí adentro había sólo una cama de madera, cubierta de paja seca. A algunos metros de distancia existía un riachuelo que mantendría el abastecimiento de agua.

Lo primero que Juan hizo fue limpiar el lugar. Confeccionó una escoba con ramas y hojas caídas de los árboles y le quitó el polvo a todo. Los animales vigilaban los alrededores y le observaban durante su trabajo. Una nube de polvo se levantó en torno a él, quitándole la calma. Por más que intentase limpiar las cosas, parecía que la suciedad doblaba de tamaño. Después de cierto tiempo, ya sin paciencia para el trabajo, dijo:

— Creo que voy a hacer un encantamiento para transformar todo esto rápidamente en un ambiente limpio — pensó por un momento, antes de acordarse de un hecho desagradable. — ¡Diantre!, me he acordado de que no puedo hacer magia aquí, si no aquel brujo de las tinieblas puede darse cuenta y descubrir dónde nos escondemos. ¿Qué hago con este desorden que parece no tener fin?

Miró al bebé y sonrió al ver la carita tan dulce del niño.

Cómo el mago había cambiado después de que encontró al pequeño... Queriendo mantener el ambiente aseado, por ejemplo, cosa con la cual nunca se importara antes. Enseguida, el mago miró al libro pensando:

"Tengo que cuidar a Phillip y encontrar un hogar con padres de verdad para él, seguro, por lo menos hasta que se haga un joven y sea independiente. No podemos estar huyendo su vida entera. Más tarde deberá aprender a luchar con una espada para que pueda vencer a las criaturas que enfrentará... Una idea me pasa por la cabeza, pero no sé si tendré valor... Pero, si fuera el caso, utilizaré en mí el hechizo de la inmortalidad. Así, pasaré la vida entera, dedicado a él, a fin de protegerle hasta su último suspiro. Yo que flirteé con la Muerte durante los últimos años, ¿tendré ahora coraje de huir de sus brazos? ¿Ahora, cuando el descanso parecía estar tan cerca?"

Su corazón entraba en batalla, perdido entre las ganas de proteger al niño con las de unirse a aquellos que amaba. El mago tenía la depresión arraigada en su pecho, capaz de arrancarle lágrimas de los ojos todas las veces que pensaba en su familia. Balanceó la cabeza, refutando la idea de hacer la poción. Si escogiese la inmortalidad, se torturaría día tras día, en una agonía eterna.

Su alma sólo deseaba el fin, y aquel niño que salvara era un remedio para curarle de tales ganas, o por lo menos postergarle sus intentos.

El mago también pensó en usar la magia para convertir al niño en inmortal, pero decidió esperar. Una decisión tan importante tendría que ser tomada por el propio crío, cuando fuese capaz de escoger por si solo cuál sería su futuro.

Continuó pensando, mientras los animales le observaban, aún con la idea de proteger al chiquillo metida en la cabeza:

"¿Si yo me hiciese inmortal, será que aguantaría proteger al niño toda la vida y a sus descendientes? ¿Cómo sería verle morir un día? ¿Conseguiría lidiar con las muertes, día tras día? Por otro lado, viviendo para siempre, podría hacerles frente a estos enemigos poderosos, que fueron capaces de destruir un cónclave con los mayores magos y brujos del mundo. ¡No! Yo no aguantaré vivir por toda la eternidad viendo a mi familia en manos de los inquisidores cada vez que cierre los ojos. Tengo que hallar la manera de encontrar un hogar para este niño. Incluso con la ayuda de los animales, no seremos sus mejores cuidadores. Él necesita una madre y un padre, tal vez una familia. Vivir con tranquilidad, bajo una nueva identidad. ¿Pero cómo resolveré ese problema?

— Un rey tal vez... — Pensó por algunos momentos antes de que una imagen le viniese a la mente. — ¡Ya sé! El rey de Germania, Albert.

El mago conocía el castillo del rey como la palma de su mano, por haber trabajado allí por muchos años, como Consejero Real. Fue informado en sus andanzas de que el rey ansiaba por herederos, ya que la reina venía teniendo sucesivos abortos. No habría nada mejor de que la familia real para cuidar del niño. Podrían darle todo lo que necesitaba. Allí Phillip sería criado como el príncipe que de hecho era. Y, si Juan supiese planearlo bien, el pequeño también podría ser heredero de los humanos, uniendo de una vez por todas, los dos mundos. ¿Pero cómo el mago conseguiría tal hazaña?

 ¿Pero cómo el mago conseguiría tal hazaña?

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