XXIII - El Príncipe Guerrero

63 9 0
                                    

En el palacio, la rueda del tiempo también giró, inclemente. Lejos de magias, maldiciones y muerte, Phillip creció, aprendiendo los conocimientos de los hombres, sintiéndose diferente de los otros muchachos. Desde pequeño, veía el mundo espiritual, las criaturas de la noche y las tentaciones de los espíritus. Oía voces, hablaba con los animales y presentía el futuro. No le contaba eso a nadie para no ser tachado de loco o practicante de brujería. El chico, por sentirse diferente de las otras personas, necesitaba que alguien le explicase los misterios que le cercaban, se cansaba de parecer el único a su alrededor que poseía ese don. Por eso, mucho antes de aquel tiempo, cuando aún era un niño, acabó contándole todo lo que le ocurría a su madre, la reina Mariele.

— Madre, tengo que revelarte una cosa. — Dijo él, con los labios trémulos, lleno de miedo.

Estaban a solas en el cuarto real.

— Dime, hijo mío — ella le miró antes de indagar. — ¿Por qué estás nervioso? Soy tu madre y estoy aquí para ayudarte.

Ella le cogió entre los brazos.

— Creo que soy diferente a los otros muchachos. Oigo voces en mi cabeza y cuando busco de dónde vienen, sombras pasan por mí, diciendo que son espíritus de personas que ya murieron...

La reina, perpleja y sin palabras, continuó oyéndole.

— Consigo entender lo que los animales quieren decir y, a veces, preveo lo que va a pasar al día siguiente. Y no es sólo eso: cuando los espíritus del mal atentan contra las personas también puedo verlos y oírlos. Mi voluntad es de luchar contra ellos para impedirles hacerles mal a los otros.

Mariele, enmudecida, creó coraje antes de hablar:

— Hijo, por favor, no le cuentes eso a nadie. Debe ser un secreto sólo entre nosotros dos. Ni siquiera tu padre, el rey, debe saberlo.

— ¿Tú crees que debería contarle eso al cura?

Preguntó, inocente.

— ¡No, por el amor de Dios! Si tienes este don, debe ser por algún motivo, pero tengo miedo de que te acusen de brujería. Aun siendo príncipe, las leyes de nuestro país son severas y el pueblo jamás nos perdonaría si no las cumpliésemos. Cuéntame siempre lo que pasa en tu cabeza para que yo sea tu confidente y, a partir de ahora, este será nuestro secreto.

Phillip encontró a alguien en quien confiaba para exteriorizar sus preocupaciones y su madre le protegería contra los prejuicios de las personas, ayudándole a guardar en secreto su condición.

El joven empezó a aprender a luchar como un guerrero. Su padre, el rey Albert puso a sus mejores caballeros y espadachines para que le enseñasen el arte de la batalla. El niño creció y ahora tenía veinte años. Ya sabía cómo usar una espada, cabalgar con destreza y usar el arco y la flecha. Estaba siempre entrenando para que si un día necesitase defender su reino, estuviese preparado. Un día Phillip luchó con dos soldados de élite de la guarda del rey y les derrotó con la espada.

— ¡Muy bien, hijo mío! Veo que has aprendido rápido como usar una buena hoja. Sé un buen guerrero y usa la espada para el bien. — Dijo el rey aplaudiéndole.

Para huir de las reglas y responsabilidades de un príncipe, al muchacho le gustaba cabalgar por la tarde y cortaba el reino con su caballo llamado Espectro, adentrándose en los bosques. Iba hasta los riachuelos donde aprovechaba para darse un chapuzón. Aun entre tantos compromisos y entrenamientos, que hacía con loor, todos los días necesitaba ir al bosque con su caballo. Allí él era sólo un joven, en contacto con los elementos de la naturaleza. Mal sabiendo que era la magia natural la que le llamaba.

El Hombre FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora