18. Diligencias

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-¿Quieres dar un paseo?

Friday como siempre ladró en respuesta. Ambos bajamos hacia la playa. De noche, todo estaba en calma iluminado por la luz de la luna. Me senté al pie del mar mientras mi cachorro jugueteaba con la espuma, corriendo de aquí para allá. Lo observé complacido, al menos uno de los dos estaba viviendo al máximo. Como me gustaría que así de descomplicada fuera mi vida.

Debía seguir el ejemplo de Friday, en vez de eso estaba allí plasmado martirizándome pensando que actitud debía tomar mañana, que le diría a Elizabeth. Evocaba a cada segundo lo ocurrido hace unas horas, sentía aún su cuerpo vibrar bajo mis manos, escuchaba su respiración agitada acompañada de sus gemidos, la calidez de estar unido a ella. Necesitaba entrar al mar, debía relajar mi cuerpo.

Me quité mis zapatos y comprobé que no hubiera nada en mis bolsillos cuando encontré nuevamente aquel anillo. Estaba cansado de verlo por todos lados, ese era un recordatorio de todo lo que pude tener con Elizabeth. Arrojé el anillo hacia el mar y al instante se perdió en la inmensidad del cielo oscuro. No me interesaba conservar algo que no usaría, ya no tenía nada, al menos estable, con ella y no lo tendría con nadie más.

***

La encontré allí, recostada en el auto con un cigarro sin encender entre sus labios. Su imagen aceleró mi pulso como sólo ella solía hacerlo. ¿Qué actitud tendría? Me acerqué hasta mi escolta.

-Buenos días Tony -separó el cigarrillo de sus labios-.

-Elizabeth, sobre lo que pasó ayer...

-Entiendo -se apresuró-, vamos a seguir como si no hubiera sucedido, ¿cierto?

Me conformé con asentir y entrar al auto. No podía decirle que añoraba lo sucedido, mucho menos que deseaba con todo mi ser repetirlo. Quizás ella quería olvidarlo pero yo no, pues en alguna parte de mi ser algo me decía que lo sucedido no fue solamente sexo.

***

Aunque repetidamente trataba de mantener mi mente ocupada firmado papeles, leyendo informes, trabajando, no podía apartar mis pensamiento de ella. Estaba convencido de que una vez que la tuviera, que me acostara con ella, dejaría de desearla, cometí el error de pensar que pasaría igual que con las mujeres que habían estado en mi cama. Con Elizabeth sucedió todo lo contrario, la necesitaba nuevamente, mi cuerpo reaccionaba con tan sólo imaginarla rendida a mí, el deseo era latente.

Me levanté irritado, indignado por no poder controlar aquella situación. Observé la ciudad a esas horas de la tarde, el movimiento en las calles era constante. Como deseaba estar allí y no encerrado en estas cuatro paredes. Oí el ruido de la puerta al abrirse y el traqueteo de un par de tacones acercándose. Llevaba tanto tiempo pensándola que ese peculiar sonido lo relacionaba con ella.

-Tony -escuché tras de mí-.

Di la vuelta para encontrarme con los ojos verdes de Elizabeth.

-Debo salir un momento a hacer unas... diligencias, estaré fuera un momento. ¿Necesitas algo antes?

Me acerqué lentamente a ella, haciendo un esfuerzo enorme por no besarla y tomarla en el escritorio. Su aroma inundó mis sentidos en cuanto estuve frente a ella. Observé su cuerpo esbelto, enfundado en esa blusa acompañada de su falda, justamente allí detuve mi vista, en sus muslos, sin ninguna discresión. Pero ella ni siquiera se inmutaba, simplemente me observaba, sin enojarse, sin preocuparse, sin sentir aquel calor que provocaba en su cercanía. ¿Es que acaso ya había olvidado todo lo de ayer y yo era el único imbécil en sentir aquella tensión?

Corazón Recargado (CA #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora