Catalina, una mujer de 25 años llega a Perú para saldar una deuda pendiente con la mujer que destruyó la vida de sus padres. Con esa idea en la cabeza se adentra en la vida de una adinerada, poderosa y corrupta familia sin saber las consecuencias qu...
Al amanecer volví a llamar a Garrett pero nada. Judith me abrazó en la cocina para asegurarse de que estaba bien. El tocar de la puerta me alertó de una visita incomoda. Ella fue a abrir, sus pantuflas siendo arrastradas a paso rápido por el piso me provocaban fastidio pero tenía que soportarlo con la mejor predisposición.
- Buenos días –la voz de Iker me molestó.
- Pasa. Estábamos por desayunar ¿deseas?
- Claro que sí.
Tenía una estúpida sonrisa dibujada en su cara y yo mi ceño fruncido a la vez que tomaba mi café cargado a grandes sorbos.
- Hola ¿te pusiste la pomada?
- Buen día –respondí neutral –sí, ya lo hice y le devolveré lo que se gastó.
- No esperaba eso.
- Ya vuelvo. –Judith se fue para dejarnos discutir a solas porque ya me conocía con nada más que verme a la cara.
- Igual se lo devolveré.
- ¿Regresamos a los tratos de usted? –enarcó una ceja en mi dirección.
- Nunca debieron dejarse de lado.
- Catalina... ¡Maldita sea, mujer! –palmeó la mesa sin provocar reacción alguna en mi –eres tan obstinada que me enervas.
- Allí está la puerta, siéntase libre de retirarse cuando guste.
Se levantó hacia la puerta y al irse la cerró de un portazo que me sorprendió que no rompiera las lunas de las ventanas.
- ¿Qué paso? –salió mi traicionera amiga.
- No puedo crees que lo trates con tanta amabilidad.
- Él no hizo nada malo. –dijo sentándose donde antes estaba Iker.
- Apostó para llevarme a la cama.
- ¿A que no te gustaría? –levantó las cejas divertida –ya relájate un poco. Si tu deseo es vengarte de Victoria pues ve al tronco y no te entretengas con las ramas. Eres tú la que disfruta pasando tiempo con Álvaro y haciendo enojar a Iker. No lo niegues porque se te nota en los poros como disfrutas siendo el centro de atención de los dos.
- Ayyyy Judith.
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Terminé de alistarme para trabajar echándome antes una mirada al espejo para comprobar que aún tenía el rostro marcado pero dolía menos, lo que ya era un avance considerable. Me puse pomada también en el estómago y el costado de mi brazo. En la calle miré a todos lados alerta y de pronto mi mirada se paró en un auto negro elegante aparcado en la pista frente a mi edificio.