Corrí. Corrí como alma que lleva el diablo. Estaba completamente aterrado después de lo que vi en la casa rodante de John: un par de zapatos. ¿Que qué tienen de aterrador un par de zapatos? ¡No era cualquier par de zapatos! ¡Eran los zapatos de Brian!
Joder, estuve a punto de cagarla frente a mi jefe. Ahora, debía actuar como si nada de eso hubiera pasado.
Llegué a la sombra del árbol donde había dormido mi siesta y encendí un cigarrillo para calmarme, pero no duró mucho, pues en menos de cinco minutos, vi a John acercarse.
—¿Qué diablos pasa contigo, McCartney?—me dijo con cara de disgusto —¿Acaso eres mi niñera? ¡Intentaba dormir!
—Dile eso a otro idiota—respondí, expulsando el humo de mala gana.—Sé con quién estabas.
—¿Ah si?
—¿Te preocupa?—pregunté burlón—Con todos esos descuidos no me sorprendería que medio circo ya supiera lo suyo.
El rostro de John se encendió y pronto se colocó frente a mí con una mirada retadora.
—Si llegas a abrir la boca, destruiré esa linda cara de bebé que tienes. Estás advertido.
—¡Ja! No te tengo miedo, he lidiado con chicos como tú muchas veces
Lennon tomó aire por la boca y se tragó sus palabras. No era más que un chico maleducado y rebelde, podía con eso.
—Me tendrás miedo, ya verás.
Y dicho eso, el cretino se alejó de mí con la cara en alto. Era muy ridículo.
Acabé mi cigarillo y encendí otro. No dejaba de pensar. ¿Por qué me molestaba tanto que John y Brian tuvieran algo? ¡No tenía sentido! Aunque era injusto que él tuviera beneficios por acostarse con el jefe, no era mi problema. Debía centrarme en hacer lo mío y ya no fijarme más en ese imbécil.
Como ya no tenía nada qué hacer, decidí ir a mi casa rodante a dormir un poco. Dudaba que Brian me necesitara por el resto del día, seguramente buscaría a John para terminar lo suyo. Agh.
Me acosté sobre el colchón y reposé la cabeza sobre la almohada. Quise taparme, pero la manta tenía un agujero del tamaño de mi pie y otros más pequeños, lo cual evitaba que me pudiera proteger del frío. Maldije entre dientes la baja calidad de todo lo que me rodeaba y cerré los ojos para intentar dormir... pero después de unos segundos me parecía imposible. Oía el ruido del drenaje improvisado que había en mi casa rodante, las risas de los fenómenos a lo lejos y uno que otro graznido de alguna ave silvestre. Todo parecía querer hacerme el sueño imposible.
Di algunas vueltas en la cama, pero fue en vano. Cuando supe que no podría dormir, me levanté de mala gana y me quité la poca modorra que había absorbido mientras estaba acostado. Mi hermano decía que me estiro como un gato, pero más bien yo decía que él era un estúpido. En fin, ¿qué podía hacer? Estaba aburrido y de mal humor. Sólo me faltaba que algo malo pasara en ese día para que terminara por lanzarme de algún precipicio
Decidí abrir mi maleta y buscar uno de los cinco libros que había traído de casa. Elegí mi compilación de cuentos de Edgar Allan Poe, uno de mis autores favoritos.
Me recosté en la cama y saqué de debajo de la almohada otra cajetilla de cigarrillos. Me encantaba fumar mientras disfrutaba de una buena lectura. Comencé a leer entusiasmado y daba de vez en cuando unas caladas al cigarrillo para que no se consumiera.
El cuento que me tocaba leer era El retrato oval, una obra corta sobre un pintor que hace un retrato de su mujer y nunca queda satisfecho. El final era desgarrador, pero no por eso apasionante.
Estaba por terminar el libro cuando sentí mis párpados pesados. Cerré los ojos y cuando los abrí de nuevo estaba en medio de un bosque. Había una casa enorme frente a mí, una casa que me resultaba muy familiar: la casa Usher. Me pareció estar siglos ahí, viendo la casa. Era todo tan pacífico, pero de la nada, comencé a sentir un calor insoportable. La casa Usher se estaba incendiando, y yo no podía hacer nada. Comencé a toser desesperadamente... y desperté.
Maldición, no sólo había sido un sueño: La casa rodante se estaba incendiando.
Intenté abrir la puerta, pero la perilla estaba hirviendo y me lastimé la mano. Solté un quejido de dolor, cubrí mi mano con mi camisa e intenté de nuevo, sólo para notar, con horror, que la puerta estaba atascada. Para hacer todo peor, la ventana también estaba atascada, y el humo comenzaba a marearme.
Parecía imposible el que pudiera escapar, todo estaba en mi contra y al parecer nadie podría ayudarme. El aire comenzó a faltarme y caí de rodillas cuando ya no pude sostenerme de nada.
—¡Hey!—grité como pude con un poco de esperanza, pero no recibí respuesta alguna.—Ayúdenme por favor...
Tosí como loco y mi cuerpo cayó de golpe sobre el suelo. Sentía correr gruesas lágrimas por mis mejillas debido al humo tóxico; el calor era sofocante y el oxígeno cada vez más escaso. Mis ojos, cansados de soportar tanta agresividad, querían cerrarse de una buena vez. Me estaba muriendo.
Golpes resonaron en mi cabeza y yo los asemejé a los últimos momentos que estaba pasando en el mundo de los vivos, y dentro de mis delirios, como última despedida, divisé que algo se acercaba a mí. Fue como correr una vieja película en cámara lenta donde yo sólo era un expectador tendido en las llamas del infierno.
La cosa que se me acercó me susurró algo ininteligible y pronto sentí como mi peso muerto era levantado. Y fue entonces que, antes de caer rendido, distinguí una cabellera castaña clara ante el resplandor del fuego.
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The Freak Show [McLennon]
Hayran KurguA sus 18 años, Paul McCartney debía, como todo chico de su edad, buscar trabajo. Inútiles fueron las súplicas a su padre para que lo dejara seguir el camino de la música, pues argumentaba que no eso no le daría de comer. Así que, quedándose sin opci...