veintiocho

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Sus manos parecían revólveres calibre cincuenta, tan pesadas, tan cansadas, pero a la vez tan ágiles. Me entraron ganas de besarle los nudillos, de tocar sus falanges y acariciar sus dedos. Quería sentir su piel con los dientes y, quizá, con la punta de la lengua.

¿Qué estoy diciendo?

Usted, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora