treinta y uno

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Termina la clase y, como siempre, los alumnos parece que huyen.

Pero yo no. Daría lo que fuera por poder quedarme un rato más con usted. Me acerco a despedirlo y siento como mi pulso oscila entre la caída (perpetua caída) y desbocarse como un caballo. Da la impresión de que en cualquier momento me recostaré muerta de una taquicardia, o bien de un paro al corazón. Pero no es así, puesto que estando a esa distancia me siento más viva que nunca.

Usted, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora