treinta y dos

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Me dispongo a huir como los demás, pero me detiene. Pellizca la manga de mi camisa y acaricia mis dedos. Antes de obligarme a tomar asiento, susurra un irreconocible lamento.

Besa mi barbilla con la punta de sus labios y con los extremos de su risa.

-Usted, señorita, parece tener la poesía en la mirada cada vez que susurra sus deseos, o cuando me cuenta sus sueños. Eso es hermoso e irresistible, pequeña.

Usted, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora