15. El rey de las máscaras

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Victor cortó la llamada con manos temblorosas.

"Tu japonés está metiendo su adorable naricita donde no debe".

Caminó con pasos cansados alrededor de su despacho ubicado en el corazón de la cuidad y con algo de frustración creciente enredo sus largos dedos en las plateadas hebras de su cabello jalándolas con impotencia.

Yuuri estaba entrando en la boca del lobo.

Le había advertido un montón de veces que por su propio bien se alejara de todo lo que tuviese que ver con el caso de Otabek Altin pero aun así se estaba involucrando.

Se dirigió hasta el único rincón de la habitación que estaba libre de muebles y se sentó con la espalda apoyada en la pared, sujetando sus rodillas con ambos brazos contra su agitado pecho al igual que cuando era pequeño y su padre llevaba a sus amigos a la casa.

Aquellos amigos que siempre perseguían a Victor, tratando de tomarlo por su largo y sedoso cabello plateado.

Los minutos pasaban lentos y tortuosos para el hombre mientras intentaba en vano que su mente le dijera la respuesta, como debía proteger a Yuuri, como debía mantenerlo alejado del peligro que no sabía que corría.

Sin dejar de estar protegido en su rincón, Victor deslizó la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y con dedos ansiosos le envió un mensaje a Mila, "Altin tiene que estar muerto en menos de una semana"

Se levantó una vez que su respiración estuvo más calmada, tomó su maletín que reposaba en un cómodo sofá de tres cuerpos alineado a la gran ventana que predominaba en la habitación y que en días soleados dejaba filtrar la luz natural, revisó que todos los papeles importantes estuviesen en su poder y salió apresurado del edificio rumbo a casa.

Al llegar a su auto subió con tanta rapidez que por poco se golpea la cabeza contra el bajo techo del vehículo, lanzó su maletín al asiento del copiloto y comenzó a conducir de manera frenética al salir del estacionamiento, importándole poco si sobrepasaba el límite de velocidad permitido.

Atados por cadenas a su espalda, Victor llevaba demasiados demonios con los cuales cargar.

Recordó con brevedad parte de su niñez, solía sentir permanentemente el mismo tipo de miedo que ahora le embargaba, el que hacía que sus huesos se congelaran impidiéndole moverse.

Oh si Yuuri supiese todo lo que su esposo había sufrido.

Tenía 10 años cuando su madre escapó de casa de su padre llevándolo consigo, negándose en rotundo a dejar a Victor en las manos de Yakov Feltsman permitiendo así que este lo criase para ser de la misma calaña que él.

Ella se había equivocado y lo sabía, pero si había algo que no iba a permitir era que su pequeño hijo pagara por sus errores, y la determinación que sentía por que Victor fuese algo mejor que su padre y que ella misma le permitió recibir cada bala con orgullo.

Sostuvo a su hijo protegiéndolo contra su pecho aun cuando la vida se escurría de sus venas y corrió aun cuando sus piernas ya no eran capaz de sostenerla, porque ella quería algo más para Victor.

Cayó ya casi muerta en medio de un lodazal en quien sabe qué lugar de Rusia con el peli plateado fuertemente aferrado a su pecho, los latidos de su corazón siendo cada vez más lentos. El cielo era de un limpio color celeste como casi nunca en esa época del año y ella volteó su rostro para ver las pequeñas nubes que lo surcaban, los árboles danzaban alrededor de madre e hijo al son del viento y ella finalmente murió con la sensación de ser libre, mientras pequeñas lágrimas surcaban su hermoso rostro y sus ojos abiertos contemplaban la majestuosidad que solo el cielo era capaz de poseer ante los ojos de un ave con las alas cortadas.

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