17. Yuuri Nikiforov, Yuuri Altin

620 102 16
                                    



La cabeza de Yuuri era un manojo de líos.

Intentaba con desesperación resolver alguno de sus grandes dilemas mientras estaba recostado junto al cuerpo durmiente de Victor, pero justo parecía encontrar una solución solo se daba cuenta de que el dilema era mucho más grande de lo que pensaba.

Eran casi las cuatro de la mañana y ya había asumido casi hace media hora de que iba a pasar la noche en vela.

Se volteó sobre su costado derecho con cuidado y fijó sus ojos achocolatados en el rostro de su amado Victor, las facciones que rayaban en lo angelical estaban relajadas, su respiración marcando un ritmo suave indicando un sueño tranquilo.

Durante unos momentos Yuuri lo envidió, pero al mismo tiempo deseó poder proteger ese sueño con todas sus fuerzas, lograr que Victor permaneciera seguro y feliz por el resto de sus días.

El japonés sabía que tenía un sitio especialmente guardado para él en el rincón de los infieles ubicado en el infierno. Se reprochaba mentalmente porque dentro de sí no creía posible tener sentimientos tan profundos por dos personas tan distintas.

Cuando llegaba por las tardes al departamento que mantenía escondido a Otabek y sentía el aroma del kazajo impregnando el ambiente se decía a si mismo que cuando todo acabara permanecería a su lado y los fuertes brazos del joven en su cintura solo le hacían querer reafirmar esa decisión.

Sin embargo, toda convicción desaparecía cuando volvía a casa y encontraba a Victor sentado en la sala leyendo algún documento con los primeros botones de su camisa blanca desabrochados permitiéndole ver con gran detalle su piel blanquecina.

¿Qué tan difícil podría ser decidir? Para Yuuri era prácticamente imposible.

Sabía que uno de los dos no tendría que existir para poder elegir al otro y el solo pensar en su vida sin Otabek o Victor le hacía sentir una enorme presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad.

Se levantó con cuidado de no despertar al ruso y dirigió sus pasos a la cocina con lentitud, una vez en la estancia comenzó a preparar café sin dejar de pensar en ambos hombres.

Obviando el tema de sus sentimientos tan conflictivos, estaba la nueva información que poseía. Mientras la leía, aquella carpeta había pesado como un bloque de plomo entre sus manos.

Entre las numerosas páginas rebosantes de información no había ni un solo indicio que indicara que Otabek era culpable más que se encontraba junto al cuerpo de Záitsev cuando una patrulla de policías comenzó a hacer su ronda.

Según el informe, el cuerpo del ministro estaba tirado junto a un basurero en un callejón envuelto en gruesa tela negra de pies a cabeza, había un poco de sangre pero no la suficiente como para que ese fuera el lugar de crimen.

Otabek estaba simplemente parado, con una mochila entre sus manos y mirando fijamente el bulto que antes había sido un hombre. Al verlo ahí, los policías lo arrestaron inmediatamente y según ellos habían recibido órdenes estrictas de una entidad ajena a la orden policial de no dejarlo ir bajo ninguna circunstancia.

Entonces habían procedido a registrar las pertenencias del kazajo sin encontrar nada más peligroso que las llaves de su casa, libros de textos universitarios de veterinaria, un par de lápices, su billetera, teléfono móvil y un sándwich a medio comer.

El arma homicida, que resultaba ser un nada despreciable cuchillo de 15 centímetros, jamás fue encontrada por más que registraron la pequeña morada que el kazajo compartía con su madre ante el terror de la mujer.

• Masks • Otayuuri AU• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora