19. El demonio con ojos de hielo y fuego

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Lo único que Yuuri era capaz de escuchar era el latido de su corazón golpeando insistentemente en sus oídos.

Como en cámara lenta, Otabek se puso repentinamente de pie tomando la mano del japonés en el proceso, le dedicó una mirada seria indicándole al mayor que no hiciera ni al más mínimo ruido y con cuidado extremo como si ambos estuviesen cruzando un campo minado caminaron hasta la puerta que daba al pequeño sótano.

Detrás de la fina pared se podía escuchar a Victor dándole indicaciones a sus hombres en voz baja. El fuerte chirrido de la puerta del sótano al abrirse debeló la ubicación de ambos ante sus perseguidores.

— ¡Jefe vino de aquí!—. Pudo escuchar Yuuri claramente mientras bajaba las maltratadas escaleras lo más rápido que sus piernas le permitían seguido de Otabek, la ausencia del penúltimo escalón le hizo caer sobre un montón de piedras que antiguamente debieron haber pertenecido a la pared frente a él.

Se levantó tomando la mano que Otabek le ofrecía y ambos comenzaron a correr por la oscura estancia escuchando los pasos de Victor y sus hombres haciendo crujir la madera de las escaleras.

Yuuri avanzaba con la mano derecha extendida frente a él y la izquierda adherida al brazo del kazajo quien estaba igual de desorientado que él, la oscuridad era tal que ambos eran incapaces de ver siquiera la punta de sus narices.

El aire tenía un fuerte olor a moho y humedad, junto con tierra y aquel agrio aroma que indicaba la presencia de ratas y otros animales que el japonés no deseaba imaginar corriendo entre sus tobillos. Todos aquellos factores junto con el latiente miedo en su mente le hacían estar mareado.

Un haz de luz irrumpió la penumbra alumbrando un punto casi cinco metros a la izquierda de Otabek, Yuuri lo jaló del brazo en la dirección contraria pero fue demasiado lento.

— Ahí estás maldita rata—. El japonés escuchó la voz de Victor tras de ellos seguido de sus pasos acercándose a gran velocidad. Ambos echaron a correr a ciegas.

Por más que intentaron escapar en medio de la oscuridad después de unos instantes que parecieron eternos, Otabek sintió la mano del ruso cerrándose alrededor del cuello de su camiseta desde atrás para jalarlo con fuerza, instintivamente el kazajo soltó la mano de Yuuri para evitar que este se viese arrastrado también.

Con la linterna de Victor apagada Otabek no sabía dónde se encontraba el ruso exactamente, valiéndose del resto de sus sentidos lanzó un puñetazo con toda su fuerza que al final fue a parar a la clavícula de su oponente.

Victor, aprovechando la posición del cuerpo del kazajo y haciendo caso omiso al pulsante dolor en su clavícula, tomó al chico por los hombros para propinarle un potente rodillazo en el estómago.

Otabek soltó un fuerte jadeo y dobló su cuerpo por el dolor mientras las manos de Victor le tomaban del cabello para levantar su rostro y esta vez, estrellar su puño justo bajo el ojo izquierdo del menor.

Yuuri, incapaz de ver nada de lo que sucedía, comenzó a entrar en pánico al escuchar los jadeos de dolor de su amante. Con las piernas temblando con fuerza, comenzó a dar pasos tan sigilosos como le era posible para rodear a los dos contrincantes y situarse tras del ruso.

El kazajo mientras tanto intentaba con desesperación acertar algún golpe al ruso, pero los rápidos y agresivos movimientos de éste le impedían enderezarse y pelear justamente. El sonido de algo contundente estrellándose contra la espalda de Victor y el posterior gemido de dolor de éste le indicaron que Yuuri había tomado cartas en el asunto.

Un nuevo haz de luz alejó irrumpió en la habitación permitiéndole ver a Otabek la escena, Victor estaba arrodillado en el suelo intentando pararse, una mueca de dolor en su rostro llenó de orgullo brevemente al menor, por su parte Yuuri permanecía de pie tras del ruso con una expresión atónita en su rostro, como si estuviese sorprendido de haber tomado un tubo y por su propia cuenta haber golpeado a Victor con él.

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