Capítulo 3

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Si había alguien que podía predecir alguna conducta de Alex, esa persona era Danaé.

Ella reflexionaba sobre esto mientras mordisqueaba un pedazo de pastel de chocolate.

A esa hora era poco usual que alguien estuviera despierto, no obstante ella, por sus pesadillas, no era muy dada a quedarse en cama. Por lo tanto, era madrugadora por regla general y ya en la casa, todos conocían ese extraño hábito y no hacían preguntas.

Danaé solía tomarse ese tiempo para escribir algo o simplemente acurrucarse en su sofá favorito y mirar pasar las horas.

Hasta que llegaba alguien, casi siempre André, y la movía a levantarse para desayunar algo. Sin embargo, hoy había sido distinto. De pronto había sentido intensas ganas de comer y había encontrado pastel de chocolate. Se lo sirvió y continuó comiendo sentada en su sofá. En verdad le gustaba estar en él, tal vez porque guardaba tantas memorias de ella escuchando cuentos en el regazo de su madre... o tal vez por aquella ocasión en que Alex había leído para ella.


Era una tarde fría de navidad. Ella estaba deseando escuchar una vez más "Cuento de Navidad" de Charles Dickens, pero su madre, Danna, se encontraba muy ocupada con la fiesta que se daría lugar esa noche. Su padre, Leonardo estaba en la oficina con el padre de Alex, Sebastien. Doménica, la madre de Sebastien atendía a la pequeña Daila, con la ayuda de Beth. André estaba jugando en el pasillo con Alex. Danaé estaba aburrida y quería escuchar ese cuento... o al menos intentaría leerlo. Con lo testaruda que era, tomó el libro entre sus manos, lo abrió e intentó leer con las pocas letras que había aprendido. Sí, efectivamente ahí había una a... hum... otra a... y esa creía que era una e, pero no estaba segura.

–¿Qué haces, pequeña? –preguntó Alex mirándola con ternura.

–Intento leer, Alex... –contestó Danaé concentrada–, pero no lo logro muy bien.

–Hummm...–dijo Alex como respuesta– ¿quieres que lo haga yo?

–¿Lo harías por mí? –los ojos de Danaé se iluminaron.

–Por supuesto, mi niña –se sentó él en el sofá e hizo que Danaé se sentara a su lado. Abrió el cuento y se dispuso a leer.

–¿Alex, vienes a jugar? –gritó desde el pasillo André.

–En unos minutos –había dicho. Y esos minutos se convirtieron en cerca de una hora. Ahí, en ese mismo instante en que él concluyó la lectura, Danaé supo que Alex era distinto. Que nada, nunca había sido ni sería igual con él.

–Listo, pequeña. ¿Estás dormida? –preguntó bajito Alex, al ver que Danaé tenía los ojos cerrados y se apoyaba en su hombro.

–¿Hummm? –ella murmuró y a continuación abrió sus risueños ojos–. No, Alex... no estoy dormida. ¡Ha sido maravilloso! ¿Me leerás nuevamente, verdad? –Danaé hizo un gesto tan tierno que Alex solo se limitó a sonreír encantado y asentir.

Ella no lo pudo evitar. Lo miró directamente a sus ojos azules clarísimos y le dio un beso en la mejilla. Alex sonrió con cariño y Danaé se alejó riendo, muy feliz.

Y había sido perfecto... perfecto hasta aquella noche.


–¿Y ese suspiro? –se escuchó la voz de André a espaldas de Danaé–. ¿Danny, está todo bien?

–Buenos días, hermanito. Sí, todo está perfectamente –sonrió con calidez– ¿por qué te levantaste tan temprano?

–Yo siempre me levanto temprano –dijo André encogiéndose de hombros

No puede ser amor (Italia #6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora