Capítulo 9

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Era una tarde de primavera en la que Danaé paseaba por los jardines de la mansión Ferraz. Le gustaba caminar, perdida en sus pensamientos mientras enlazaba versos en su mente. Había pensado muchas veces que una ilusión infantil no era nada que no pudiera superar. Y había tratado de probárselo una y otra vez, pero nada ni nadie funcionaban. Porque no eran él.

Trató de sacudirse aquellos pensamientos tristes porque ese día no podía empañarse con lágrimas, a menos que fueran de felicidad y no era el caso. En definitiva, Aurora cumplía dieciséis años y la fiesta en la mansión Cavalcanti había sido planeada hacía meses.

Ella no estaba tan entusiasmada. No porque no le gustaran las fiestas o no le agradara Aurora; todo lo contrario, adoraba a su prima porque era una persona transparente, segura y decidida desde siempre. El problema era usar ese vestido que su madre había comprado.

Sí, como se había negado a comprarse nada, Danna se había tomado la libertad de comprarlo ella misma con todos los accesorios incluidos zapatos de fino tacón. Si tan solo pudiera huir... o no.

No, no lo haría. La razón de que ella esperara con ansias cada una de las reuniones privadas de su familia era tan simple que no necesitaba poner en palabras lo que sentía, un suspiro era más que suficiente para pronunciar con el alma su nombre: Alex Lucerni.

Sintió un escalofrío recorrerla tan solo susurrar su nombre, imaginarlo frente a ella, en un hermoso sueño como siempre. Extendiendo su mano para pedirle un baile... un baile que duraría toda la eternidad. ¿Por qué sus sentimientos hacia él eran tan fuertes? ¡Esto no podía ser real!

Así lo pensaba su mente racional, pero su corazón latía desbocadamente con solo imaginar aquella escena mágica. Tal vez la realidad sería distinta, sin embargo ella no sabía si alguna vez podría probarla. Si tan solo Alex supiera que ella existía...


***

Alex imaginaba la belleza etérea de Aurora y podía creer que tocaba el cielo con las manos. A sus veintiún años, él sabía que en Aurora había encontrado la mujer de su vida. Solo podía ser ella. Se sentía tan bien, tan correcto... tan real. Soñaba con extender su mano y tocar su cabello negro mientras su sonrisa alcanzaba sus ojos grises. Era bellísima y su eterna expresión de sobriedad le daba un aire de misterio impenetrable. Él estaba fascinado y no era nada pasajero ni reciente. Él podía asegurar que había amado a la misma mujer toda su vida, sin dudarlo siquiera. ¿Sería que esto era lo que llamaban destino? No podía entender como algo que nunca había sido podía sentirse tan bien.

Se anudó la corbata que llevaba para aquel baile de gala que celebraba los dieciséis años de Aurora. ¡Increíble como pasaba el tiempo! La niña que le causaba enorme ternura había desatado un amor incontrolable en él. Con una mirada, él sentía que podía dárselo todo. Y ella... ella siempre tan inalcanzable.

Sí, su frustración crecía cada vez más. Y la diferencia de edad no era lo que le molestaba, ni era tanta a considerar porque Aurora se veía siempre mucho más madura que la edad que realmente tenía. Ese sentimiento de hastío se debía a que no lograba que ella lo mirara como lo que era, un hombre más que la veía bellísima.

Porque, efectivamente, no era el único y eso era bien sabido. Por si fuera poco, la competencia no solo era externa, sino también con Christopher, que a pesar de ser mayor que él, tenía una cercanía con Aurora que envidiaba. Sí, no podía más que admitir que tenía celos de esa relación. Él quería a Aurora solo para él, no la quería con nadie más. Solo suya.

No puede ser amor (Italia #6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora