Alex atendió la última llamada y salió de su trabajo. Aunque le costaba concentrarse, cosa que jamás le había pasado antes, él hacía su mayor esfuerzo por lograrlo. Por dejar de pensar en algo que no tenía razón de ser. Danaé... Aurora. ¿Qué tenían esas mujeres?
Además de ser parte de su vida, casi desde el inicio, nada más. No en común, solo su parentesco. Entonces, ¿por qué ellas? ¡No, no es que él hubiera dejado de amar a Aurora! Eso era impensable, porque no podría vivir una vida equivocadamente. Solo no era posible...
Sin embargo, Danaé, tal vez porque ya no estaba ahí, le hacía falta. De pronto, recordó todas las veces que él se había sentido morir porque Aurora no lo miraba como él hubiera deseado, como su decepción y furia lo habían dominado y de la nada, Danaé aparecía con su sonrisa y alegría vibrante.
Nunca antes lo había notado. Para él, no había sido importante en ese entonces. Hasta ahora. Danaé era una gran amiga... era eso, y dolía que lo que había dicho los hubiera separado.
Pensó que había quedado todo claro, al menos que se había cumplido lo que ella había querido. Sí, lo que él había querido también...
Daba igual. Había ciertas cosas que no tenían solución. Solo el tiempo.
Y, por otro lado, esa noche vería su sueño cumplido. Saldría con Aurora, solo los dos. No podía saber por qué, qué había cambiado en él, pero después de años de un anhelo imposible, de sueños que no se atrevía a poner en palabras, de mirar a lo lejos... ella había accedido a salir con él. ¡Sí, Aurora!
Aún pensaba que estaba soñando. No podía ser más que un maravilloso sueño del que no quería despertar.
Y a pesar de toda la ansiedad que sentía, su ser no llegaba a estremecerse como antes. ¿Por qué?
¡No, simplemente estaba tan emocionado que no lo sentía! Eso era todo. Él había salido con muchas mujeres, buscando en ellas a Aurora; por eso, se le antojaba la situación irreal. Solo sabía una cosa... ¡no podía esperar más!
Recogió a Aurora en la Mansión Cavalcanti, estaba hermosa con su cabello negro suelto y sus ojos grises brillantes, tenía una gran sonrisa y agradeció cuando él le abrió la puerta del auto, para dejarla entrar. De inmediato, él fue hasta su asiento para conducir y llevarla al restaurante en que había reservado.
Le dedicó una sonrisa amplia que ella volvió a corresponder. Seguramente parecía un niño emocionado con su regalo de Navidad, pero no importaba. Esa era Aurora. Era la mujer con la que había soñado toda su vida, a la que había extrañado sin jamás haberla tenido. Ese era su momento. Y no había nada mejor que eso.
La noche estaba despejada así que decidieron cenar en la terraza del restaurante, la cual tenía una impresionante vista. Todo era como salido de un sueño y Alex aún no se explicaba cómo era que estaban ahí, juntos.
Había sido una casualidad. Habían estado comentando de algún buen restaurante, porque Aurora quería organizar una cena en su cumpleaños pero prefería que no fuera en su casa. Alex había sugerido ese restaurante, que resultaba ser uno de sus favoritos por la privacidad, buena comida y hermosa vista. Aurora había sonreído, sugiriendo que le encantaría que la llevara a conocerlo. Él sonrió, siguiéndole el juego, e invitándola a cenar.
Lo que no contaba, fue la palabra que salió de sus labios: ¡Encantada! Y él, se había quedado de una pieza. ¡No había podido hacer más que asentir, sonriendo como un estúpido, esperando que lo dijera en serio!
Y así había sido. En su siguiente encuentro, Aurora había preguntado, con encantadora naturalidad, cuándo sería la cena que le había prometido. Él consiguió unir más de dos palabras, un verdadero milagro, y fijó una fecha. No tan cercana, ni tan lejana para que no pudiera suceder. ¡Quién lo imaginaría!
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No puede ser amor (Italia #6)
RomanceDanaé Ferraz estaba segura de haberse enamorado de Alex Lucerni, aún antes de entender el significado de la palabra amor. Alexandre Lucerni también había amado a la misma persona durante toda su vida: Aurora Cavalcanti, pero ella no miraba a nadie...