Epílogo

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5 años después

Danaé abrió los ojos con sorpresa, intentando adivinar el número de horas que había dormido esta vez. No las suficientes, últimamente. Sin embargo, en este día, se sentía bien. Totalmente... bien.

No que se sintiera mal. De ninguna manera. Desde que tenía a Alex en su vida, todo había dado un giro radical. Su mundo se había vuelto diferente. Solo mejor. Muchísimo mejor.

Lo confesaba. Había amado a su esposo desde antes de entender lo que significaba amar a alguien, sin embargo no era ese el tiempo que había vivido con él.

Había costado. A él, notarla. Y, a ella, dejar de lado aquel idealismo infantil que recubría su amor y madurar hasta apreciarlo por completo, con sus defectos y virtudes, como el ser humano que era... con apariencia de un guapísimo ángel, claro estaba. Su cabello rubio destellaba bajo el sol o luz artificial de cualquier lugar y sus ojos, aquellos ojos azules clarísimos... aún no encontraba nada comparable a ellos.

Y aquel rasgo, característico de los hombres de la familia Lucerni, lo había heredado su pequeño hijo, que estaba próximo a cumplir su primer año de vida, Adam Lucerni.

No obstante, ese no era el cumpleaños más cercano. De hecho, aquel mismo día...

–Buenos días, amor –Alex asomó su rubia cabeza por el umbral de la puerta. Danaé se incorporó en la cama–. Feliz cumpleaños, Danaé –entró con un enorme ramo de rosas rojas– son para ti.

–Cariño... –Danaé esperó su beso de buenos días, pero él se alejó nuevamente. Ella lo miró, ceñuda–. No es lo que esperaba –murmuró.

–¿Podrías tener paciencia? Sé que soy irresistible, pero...

Danaé puso en blanco los ojos. A veces, por unos segundos, soñaba con rodear el cuello de su amado esposo y...

–Desayuno en la cama –sonrió y entró con una bandeja que llevaba chocolate caliente, un trozo de tarta de chocolate, unas fresas bañadas en chocolate y una caja primorosamente envuelta de, estaba segura, chocolates.

–¿Te parece que eso sea un desayuno? –rió divertida mientras él asentía con solemnidad–. Aunque, nadie diría que no me conoces. Sabes lo que me gusta.

–Por supuesto, soy tu esposo –murmuró él, dejando de lado la bandeja y acercándose lentamente–. Sé lo que te gusta.

–Hum, Alex... –suspiró contra sus labios. Él la besó por varios minutos– no te alejes.

–Debo hacerlo. En cualquier momento, tendremos una gran familia dispuesta a felicitarte por tu día.

–Oh no, le pedí expresamente a Aurora que este año no quería nada de...

–Lo siento, pero lo he organizado yo.

–¡Alex! –se quejó Danaé– ¿cómo se supone que disfrutaré de mi regalo con todos aquí?

–¿Tu regalo? ¿Has adivinado ya qué te he comprado? –bufó, derrotado. Cada año intentaba guardar en secreto el obsequio y siempre fracasaba.

–Es que este año no soy demasiado exigente. Tengo todo lo que quiero... o casi.

–¿Casi? –entrecerró sus ojos.

–Sí, te quiero a ti. Aquí –señaló a un lado de la cama–. Abrázame, Alex.

–Amor mío –él se acercó de inmediato. La estrechó en sus brazos con firmeza y le besó el cabello– ¿estás bien?

–Sí –Danaé suspiró– es solo que he recordado... no había dormido tanto en mucho tiempo.

No puede ser amor (Italia #6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora