El paso de los años daba sabiduría a quien los sabía apreciar. Danaé se había grabado aquella escena, con tanto cuidado como lo había hecho con la escena de la lectura de su cuento. Por más de una razón. Esencialmente porque, a pesar de no entender lo que su tierno corazón gritaba, ella sabía que lo sucedido era importante.
De alguna manera, había anhelado que Alex se quedara con ella, hablara con ella, quisiera leer para ella... pero eso hizo que notara que no iba a ser posible. Que, a pesar de sus intentos, Alex nunca querría estar a su lado como con Aurora, tan feliz jugando con ella. Escuchándola y, una vez más, sintió que era la bebé de la casa. A pesar de contar con la misma edad de Aurora, ella era la nena de la que todos cuidaban, que excluían de cosas que no podía entender.
Aún era así. Solo bastaba escuchar a Alex, Aurora, André, incluso el mismo Christopher refiriéndose a ella. La nena, la pequeña que no maduraba a la misma altura que ellos. Todos eran serios y ella... ella seguía soñando. Así de simple.
–¿Está todo bien, mi niña? –preguntó Danna acercándose a su hija, quien miraba atenta un rosal.
–Sí, mamá... –Danaé sonrió–; es solo que, a veces, siento que nadie me toma en serio. Como si aún fuera una niña –hizo un gesto de capricho–. Algunas ocasiones llego a sentirme menor que Daila.
Danna sonrió mientras acariciaba con ternura la cabeza de su hija. Aún no podía creer como habían pasado los años y lo que habían hecho por ella... como las perspectivas de la vida iban cambiando.
–No es una diferencia enorme, Danny –continuó Danna amorosamente– Daila es solo un año menor que tú.
–Sí, pero su actitud es mucho menor que eso –se quejó cruzando los brazos.
–No es precisamente tu mejor actitud la de ahora –observó Danna el berrinche de su hija menor.
–Mamá... –Danaé reprimió una sonrisa y la abrazó–. Tienes razón, es que ya no quiero ser la pequeña de papá y tú...
–Mi niña –sonrió Danna y se disculpó– lo siento, es que siempre serás nuestra pequeña Danaé. Además, tu estatura...
–Yo que tú no empezaría con eso, mamá –Danaé se rió abiertamente y caminaron abrazadas hasta la entrada posterior de la casa–. Gracias, eres la mejor siempre, mamá. ¿Cuántos años pasarán hasta que pueda pensar como tú?
–Muchos... –Danna sonrió dándole un golpecito a su hija– y no hablemos de edades. Además, venía a buscarte porque tu padre nos espera.
–¿Ha pasado algo? –preguntó Danaé extrañada.
–Nada de qué preocuparse. Al menos para nosotras... –Danaé la interrogó con la mirada–. Beth ha decidido organizar una cena. Presentará su novio a tu padre.
Danaé dibujó un ¡oh! con su boca al recibir la noticia. Ella ya había escuchado de Lucian varios años, como todos ahí, sin embargo Beth se había obstinado en que mientras no fuera algo serio, nadie de la familia debía conocerlo. Así que él siempre fue un nombre sin rostro y nada más.
–¿Está noche, entonces? –preguntó Danaé saliendo de su ensimismamiento.
–Sí, hija. Supongo que iremos de compras, ¿verdad?
Danaé hizo un mohín porque sabía el significado de esas compras. Tacones, vestidos, joyas. Miró al techo emitiendo un resoplido al escuchar la risa de Danna.
–¿Estás bien, pequeña? –preguntó su padre acercándose a tocarle su cabeza como cuando aún era, efectivamente, pequeña.
–Mamá ha dicho que debo ir de compras con ella.
Leonardo la miró con extrañeza. Danaé era su hija menor, la más expresiva en sus lazos de cariño hacia él; algo así como lo había sido una vez Beth hace muchísimos años. Ahora Danaé era su pequeña princesa, solo que nunca había sido una princesa convencional. ¿Por qué? Porque no le gustaban los cuentos tradicionales, los vestidos hermosos y anchos, los elaborados peinados; no, ella era una niña que prefería su cabello suelto, vestido sencillo y libros clásicos que Danna no dudaba en compartir con ella.
Por eso, aún recordaba, que su cuento favorito no era ninguno de princesas, siempre fue "Cuento de Navidad". Era una niña hermosa, pero jamás se perdía en banalidades como en su tiempo lo hizo Beth, y ahora Daila.
Diferente, como ahora lo demostraba, Danna era una gran fanática de las compras junto con Beth, Danaé no. Sobre todo si de ocasiones formales se trataba. Él nunca llegaría a entender completamente la compleja personalidad de su pequeña hija, no obstante la adoraba con todo el corazón. Y estaba muy orgulloso de ella. Sonrió con dulzura.
–Papá, dime que no debo ir –escuchó Leonardo que Danaé decía. Antes que pudiera siquiera expresar una palabra, Danna envió una mirada asesina que hizo que él se encogiera de hombros.
–Lo siento pequeña, pero debes ir –respondió Leonardo automáticamente–. Tú eres quien puede controlar ese potencial desastre –dijo, abarcando con las manos un amplio tramo de aire.
Danaé rió con fuerza y lo abrazó. Su padre siempre la había entendido un poco más allá de los demás. Ella no sabía a qué podía atribuirlo. Tal vez a que era un gran observador, o al cariño que se tenían; lo que era cierto, sin duda alguna, era que él parecía conocer más allá de lo que los demás percibían como sus diferencias. Su padre las conocía con total claridad y las aceptaba con igual felicidad.
–Lo haré por ti, pero eso te costará... –rió al ver el gesto de tribulación de él. Fingido, claro. Él sabía que ella no le costaba mucho. Un libro, un paseo al aire libre, algo totalmente sencillo y que hacía que fuera totalmente feliz.
–Son unos exagerados –Danna negó con severidad–. Beth irá encantada conmigo –y antes que Danaé ampliara la sonrisa, añadió–: sin embargo, tú no te librarás de ello. Vamos a ir las tres y nadie se irá hasta que todas hayamos comprado algo para esta noche –sentenció.
Danaé contuvo el aliento con exageración y fastidio. El énfasis en todas había sido rotundo. La esperaban cuatro horas, mínimo, de infantil prueba de ropa.
***
Alex camino a grandes pasos la distancia que lo separaba de la entrada principal de la Mansión Lucerni, tras estacionar su auto. Se sentía algo culpable aún por no haber visitado a su madre, aunque tampoco podía quitarse de la mente el porqué de la llamada de su padre. Sí, algún motivo oculto debía tener.
Abrió la puerta y se encontró todo en silencio. Su madre siempre se levantaba temprano, así que no cabía la posibilidad que estuviera durmiendo. Entró con sigilo y la encontró parada en un rincón de la sala, mirando hacia el exterior.
–Hola, mamá –saludó Alex apoyándose en la columna de entrada– ¿Me esperabas?
–Algo por el estilo –se giró Dome mirándolo de frente–. ¿Tu padre te ha llamado, supongo?
–Sí... –había algo que no iba del todo bien y eso lo preocupó. ¿Pasaba algo malo?–. ¿Está todo bien?
–No has venido en estos días, Alex. ¿Por qué? –interrogó con voz delicada Doménica.
–He estado algo... ocupado –pronunció, inseguro. Es que él, a pesar de que hacía varios años había decidido vivir en un departamento independiente de su familia, jamás dejaba pasar una semana sin ir a comer, a cenar o a tomar el té.
–Lo imagino –asintió Dome–. ¿Cómo estás, hijo?
–Francamente... no lo sé –replicó Alex–. Estaba bien pero, ¿hay algo que quieren decirme?
Doménica apretó los labios y esquivó su mirada, sentándose. Su madre era excepcionalmente bella, una mujer decidida y extraordinariamente fuerte, que parecía tan vulnerable en ese instante. Alex pensó que había estado perdiéndose algo muy grande, pero ¿qué?
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No puede ser amor (Italia #6)
RomanceDanaé Ferraz estaba segura de haberse enamorado de Alex Lucerni, aún antes de entender el significado de la palabra amor. Alexandre Lucerni también había amado a la misma persona durante toda su vida: Aurora Cavalcanti, pero ella no miraba a nadie...