Prodigiosa.

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3.


"Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo......."


La familia Granger era bien conocida no solo en su calle, sino también en la ciudad y en todo Reino Unido, la razón era muy sencilla, un prodigio había salido del seno familiar para dar de que hablar en el mundo de la ciencia.

La prodigiosa, como solían llamarla las revistas y artículos especialistas de ciencia y tecnología, era la principal presea de Inglaterra debido a su gran capacidad intelectual, había nacido en Londres, pero con el tiempo y al ir aumentando su conocimiento fue cambiando de residencia debido a los innumerables proyectos que debía realizar en las diferentes ciudades del Reino Unido y otros países.

La casa de los Granger era todo lo opuesto a la casa de los Potter. El edificio conocido por ser el hogar de la prodigiosa, era una pequeña vivienda enclavada en el medio de varias de igual tamaño y forma, estaba casi al final de una calle cerrada. Era fácil de identificar, no por ser el hogar de un personaje de la ciencia; sino porque la casa estaba en mal estado en cuanto infraestructura se refería, no contaba con muchas particularidades que mencionar, solo tenía un pequeño y muy descuidado jardín al frente, el pasto no había sido podado en mucho tiempo, por su parte la fachada era muy común, puerta de entrada y ventanas medianas, la sala principal y las habitaciones estaban pintadas con colores neutros al igual que las otras viviendas. Aunque no había indicios de que alguien viviera en aquel desastroso lugar, debido al descuido exterior. El señor y la señora Granger residían ahí junto con su única hija Hermione.

El ambiente era muy tenso, casi desesperado, las cosas no iban bien. Se notaba a kilómetros como marchaba la vida de la familia, no solo en lo visible como su casa, sino también en lo invisible como los sentimientos de los miembros de la familia, los Granger no eran exactamente una pareja modelo por así decirlo.

El señor y la señora Granger eran personas demasiado diferentes como para hacer algo bueno juntos, sus mundos eran verdaderamente desiguales, tanto que, se odiaban mutuamente. Ellos solo estaban unidos por "un grave error", como el señor y la señora Granger solían llamar a su única hija, los esposos solo se miraban lo meramente necesario y hablaban muy poco, porque si lo hacían terminaban peleando por cualquier insignificancia, la mayor parte del tiempo estaban discutiendo y gritando como locos.

La señora Granger llego a casa con un incontable número de bolsas de compras, las dejo desordenadas en su armario. Como de costumbre dio su ronda nocturna por la casa, reviso habitación por habitación, claro está, en busca de un indicio de la presencia de su marido. No encontró a su esposo, decidida a no exasperarse más de lo que ya estaba entro en la cocina, se sirvió una copa de vino para tranquilizarse y disminuir el mal humor que la aquejaba desde hace ya mucho tiempo.

Después de ello, la mujer se dirigió a la sala de estar y se acomodó en un mullido e inmenso sillón caqui, mientras sorbía poco a poco de su copa. Antes de terminar su bebida escucho el sonido del automóvil de su esposo aparcando en la entrada, luego la puerta del vehículo ser azotada. Se preparó para la tormenta que se avecinaba, que como casi todos los días era imposible de evitar.

―Vaya, hasta que de dignas a aparecer ―soltó la mujer con desprecio al ver la puerta de la entrada ser abierta.

― ¿Te afecta en algo? ―preguntó el hombre con desdén, después guardo silencio durante algunos minutos, mientras se quedaba parado en el marco de la puerta principal.

―No me afecta en absoluto, solo no me gusta que te a pases todo el día en fiestas gastando el dinero con tus amigos.

El señor Granger camino hacia donde se hallaba sentada su esposa y le quito la copa que esta tenía en la mano, rápidamente se tragó el poco vino que quedaba, tiro su abrigo sobre la alfombra y se dirigió al sofá contiguo para quedar frente a la mujer, quien en ese momento se encontraba arqueada hacia el frente, no tan cómodamente sentada.

―Mira quien lo dice ―decidió contratacar con la misma particularidad ―la que se la pasa de tienda en tienda comprando tonterías para sentirse mejor consigo misma.

― ¿Qué has dicho? ―se exaltó levantándose del sofá.

―Lo que has oído te la pasas comprando cosas sin importancia para llenar tu falta de autoestima "querida" ―siseó con molestia.

―No dejo que te dirijas a mí con ese tonito, imbécil ―dijo la señora Granger mientras empujaba con fuerza a su esposo.

―El que no te permite que me trates como juguete soy yo, recuerda que yo no soy tu hija ―gritó.

El señor Granger trabajaba durante las mañanas en una compañía muebles como vendedor. Lo hacía muy pocas horas, por lo que la gran mayoría de las tardes iba a los bares a beber con sus amigos, provocando que llegara a altas horas de la madrugada a su casa. La señora Granger solía reprenderlo, la discusión comenzaba hasta que alguno de los dos se viera obligado a dejar la habitación y dormir en el sofá-cama de la sala de estar.

El hombre culpaba de su desdicha a su esposa, pero sobre todo a su hija, nunca deseo ser padre a tan corta edad, él tenía apenas 20 años cuando concibió a su hija y aunque no era un niño perdió muchas de sus metas al embarazar a su novia, como por ejemplo su carrera como dentista.

Sus padres eran demasiado conservadores, en aquellos días le obligaron a hacerse responsable de la criatura, primero consiguiéndole un empleo cuyo salario apenas le alcanzaba para lo básico y después presionándolo para que contrajera matrimonio con la joven. Por su parte, los suegros del hombre se encargaron de arreglar su boda y conseguirles un lugar para que pudieran vivir como una familia.

―No empieces ―pidió la señora Granger haciendo gestos que simulaban dar menor importancia a lo que estaba ocurriendo.

―Claro primero empiezas tú y luego me culpas ―se defendió el señor Granger.

―Esta vez no quiero discutir me duele la cabeza ―hablo quedito tocándose la sien.

―Tu eres la que siempre empieza... ―comenzó a gritar el señor Granger hasta que vio la desesperación en la mirada de su esposa ― ¿Qué?

―No quiero pelear esta vez de acuerdo ―declaró pacientemente.

―De acuerdo, mejor me voy ― dijo después de dar un bufido.

La señora Granger por su parte tampoco estaba contenta con su matrimonio. La mujer detestaba a su hija por robarle el sueño de llegar a ser una dentista reconocida, sus sueños se basaban en estudiar, graduarse, conseguir un empleo estable y bien remunerado en Londres.

De no ser por el embarazo, sus planes no se habrían venido abajo, la mujer no trabajaba, no al menos de manera estable, se empleaba de vez en cuando en la oficina de un abogado como mensajera y durante su tiempo libre que era la mayor parte de sus días se la pasaba en casa o con sus amigas de compras.

―Si es lo mejor ― finalizó la señora Granger.

Esa noche no quería pelear en absoluto y lo mejor sería dejar que su esposo fuera a divertirse con sus amigos, pues esa era la única forma en la que no la molestaba con sus discusiones triviales.

Los Granger no eran una gran pareja, ni siquiera se podría decir que lo eran, pero su insana relación se mantenía gracias a lo que más detestaban, su hija Hermione. 

La magia, el mago y el amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora