• Capítulo XXXVII •

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  La comisaría era un caos para ser día sábado. Seis muertes en menos de una semana, era algo atípico del pueblo tranquilo de donde vivían. Con dos integrantes menos del cuerpo policial se hacía difícil solventar todas las urgencias del día, de yapa mucho personal policial estaba desplegado por el ancho del pueblo intentando localizar a Rodrigo y a sus captores.
  ¿Hay algún comisario a cargo? Anabel grita impaciente.
  Los agentes corrían de un sector de adentro de la comisaría hacia la salida apresuradamente. Había una alerta de ingreso de dos individuos masculinos y otro individuo femenino con armas de fuego a una casa a dos cuadras de allí.
  Tras el egreso del personal policiaco. Sonó el telefono de Alicia. Quien atiendó y después de un saludo cordial, recibió lo que por la transfiguración de una sonrisa en su cara, que eran buenas noticias.
  - ¡Muchas gracias! ¡Estaré en deuda toda mi vida! Y cortó.
  El rostro de Alicia se iluminó después de guardar el teléfono móvil en la cartera marrón de cuero que traía consigo.
  - ¡Conseguí el dinero! Me lo traen acá a la comisaría.
  - ¿Todo? Anabel, sorprendida.
  - ¡Todo! Es lo menos que puedo hacer en nombre de todo lo horrible que causó Javier.
  Sofía abrazó a aquella mujer que hace unos días atrás había atacado casi injustamente.
- ¡Gracias! Sofía con lágrimas en los ojos.
  - ¡Muchas gracias! Aceptando el gesto. Anabel imaginando que toda la locura que se estaba viviendo, tendría un fin.
  Suena el teléfono de Sofía. Anabel contesta por ella.
  - ¡Aló! Anabel con una voz tenue.
  - ¡Sofía escúchame! La voz del teléfono sonaba decidida y cortante.
  - ¡Soy la madre de Sofia! ¡Anabel!
  - Bueno, páseme con ella.
  - Ella está indispuesta para atender, yo le pasaré el mensaje. ¿Quien es? ¿Y que quiere?
  - Dígale a Sofía que tiene hasta las doce del mediodía para conseguir el dinero y depositarlo en la fuente de la plaza Kennedy. Si cumple con lo establecido, tendrán a su hijo sano y salvo. De lo contrario vayan pensando el color del próximo ataúd para que haga juego con el de Nicolás. Sin perder tiempo alguno, el teléfono cortó y no se oyó nada más. Anabel había quedado petrificada por dichas palabras tan hirientes como cuchillos encrustrandose en la piel
  - ¿Quien era Mami? Sofía impaciente.
  -  Lo, lo, los se secuestradores. Tartamudeando Anabel.

La Danza de la Mariposa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora