• Capítulo XI •

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  Habían pasado las doce horas, del plazo que se le había dado a Javier y no habían novedades al respecto. Tras unos intentos fallidos de comunicarse con el, Don Carlos, inquieto por demás, empieza a cranear su venganza. Javier sabía de antemano que si no conseguía el dinero en el lapso estipulado, la deuda se iba a saldar con su cabeza. Aún así no cumplió con las condiciones dadas por el Jefe narco.
  Don Carlos juntó a Gabriel, su mano derecha y dos de sus mejores hombres, para perseguir, manatear a Javier y causar el máximo dolor posible. Ya estaba decidido. Sólo había que poner el marcha el plan.
  - ¡Me la va a pagar ese hijo de mil puta! Don Carlos estaba caliente como a una pipa.
  Por otro lado, Javier había tomado la desición de pasar la noche refugiado en la plaza Kennedy, donde se juntó con Juanito aquella noche. Había sido advertido por uno de sus contactos más fieles que estaba sido buscado por la policía local tras la denuncia penal que le había implementado en su contra su ex mujer, Sofía, por violencia de género, y posible intento de violación. En simple palabras, estaba hasta las manos, buscado por dos frentes.
  La plaza Kennedy, en donde Javier se estaba hospedando se caracterizaba por tener grandes y frondosos árboles, de cortezas muy rústicas. Donde la luz del sol era difícil de penetrar. El lugar perfecto para aquellos niños que añoraban jugar a la escondidas. En este caso, fue para Javier. Pasaba desapercibido de cualquier movimiento. El único inconveniente era el frío. Javier repetía sus repetidos dichos, cada vez que visitaba estos sitios.
  - ¡Esto es peor que la selva del Amazona, no te encuentra nadie, pero hace un frío de re cagarse! ¡Peor que en Alaska, joder! No era broma, al calor del sol le era imposible penetrar tantas capas de árboles, ramas, troncos y flores.
  La tarde empezaba a caer y Javier había olvidado el detalle de que también era buscado por el jefe narco más importante de la Patagonia. Había que pensar en algo, rápido y el frío no ayudaba mucho. Sentía como las neuronas se le congelaban.
  La noche se hizo presente muy de pronto. Su única compañera era la luz de la fiel luna que se filtraba pobremente por los árboles y un búho yacía arriba de una rama, siempre en silencio y de vez en cuando pegaba un estruendoso alarido, como llamando la atención.
  La brisa aparecía y el frío se hacía notar en los huesos de Javier. Esa noche había que aguantar, cómo sea.
  - ¡No me mataron ni los narcos ni la policía ni mi suegra! ¡Esto tampoco me va a vencer! Sacaba el pecho Javier con estas palabras mientras  prendía su cigarrillo. Uno de los pocos que le quedaban.
- ¡No me van a vencer! ¡No me van a vencer! Era lo único que repetía. La noche más larga de su vida, recién acababa de comenzar.

La Danza de la Mariposa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora