Podría contar los días que faltan para que acabe el verano y el otoño se filtre en las hojas, pintándolas de amarillo y rojo. Sin embargo, en ese instante, la luz moteada de media tarde ofrece un espléndido color esmeralda y siento el calor en la cara. Mientras el sol me empape, todo es posible. Cuando inevitablemente haya desaparecido –las estaciones están programadas para empezar y terminar con una calmada precisión– la vida seguirá su camino predeterminado. Como una máquina. Como yo.
Junto a la escuela de mi hermana, todo está tranquilo. Soy la única que aguarda la salida de las niñas. Cuando inicie mi ciclo de pruebas. Amie alzo su dedo meñique y me obligo a prometer que la esperaría cada día al terminar. Era una promesa complicada, teniendo en cuenta que podría convocarme en cualquier momento y arrastrarme a las torres del coventri. Pero la mantengo, incluso hoy. Una niña necesita tener certezas, necesita saber o que va a suceder. El ultimo trozo de chocolate de la ración mensual; el metódico final en un programa de la Continua. Deseo que mi hermana pequeña pueda confiar en una vida agradable, aunque el calor del verano tenga ahora un sabor amargo.
Suena una campana y las niñas salen en una oleada de cuadros escoceses, con sus risas y gritos rompiendo la perfecta tranquilidad de la escena. Amie, que siempre ha tenido más amigas que yo, aparece dando brincos, rodeada por un grupo de chicas en las complicadas etapas de la preadolescencia. La saludo con la mano y ella corre hacia mí, me agarra y me arrastra en dirección a la casa. Algo en su entusiasta saludo de cada tarde resta importancia al hecho de no tener mucha compañía a mi edad.
- ¿Lo conseguiste? –pregunta con voz entrecortada, dando saltos delante de mí.
Vacilo un instante. Si alguien va a alegrarse de mi error, es Amie. Si le digo la verdad, gritará y aplaudirá. Me dará un abrazo y, tal vez durante un instante, podre absorber su felicidad, llenarme con ella y creer que todo va a salir bien.
-No –miento, y su rostro se nubla.
– No importa –afirma con gesto decidido–. Al menos así te quedarás en Romen. Conmigo.
Preferiría fingir que Amie está en lo cierto y perderme así en los chismes de una niña de doce años, en vez de enfrentarme a lo que me espera. Tengo toda una vida para ser tejedora, y solo una noche más para ser su hermana. Lanzo exclamaciones en los momentos adecuados y ella cree que la estoy escuchando. Imagino que mi atención la fortalece, la llena, de modo que cuando me haya marchado habrá acumulado suficiente para no tener que desperdiciar su vida buscándola.
Las clases en la escuela primaria de Amie terminan a la misma hora que el turno de día en la ciudad, así que mi madre está esperándonos cuando llegamos a casa. Se encuentra en la cocina y cuando entramos levanta la cabeza, buscando rápidamente mis ojos con la mirada. Respiro hondo, niego con un gesto y entonces relaja los hombros con alivio. Le permito que me estreche entre sus brazos tanto tiempo como quiera, y su abrazo me inunda de amor. Por eso no le digo la verdad. Porque deseo que el amor –no la conmoción, ni la inquietud– sea la huella indeleble que dejen en mí.
Mi madre alza una mano y me retira un mechón de pelo de la cara, pero no sonríe. Aunque crea que no he superado las pruebas, sabe que mi estancia aquí está llegando casi a su fin. Está pensando que, aunque no tengo que marcharme, no tardaran en asignarme un trabajo y poco después me casare. ¿Para qué decirle que me perderá esta noche? Eso no importa ahora; este instante es lo que vale la pena.
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LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer Albin
General FictionINÚTIL. TORPE. Las demás chicas lo susurran a sus espaldas durante las pruebas. Pero la joven Adelice Lewys tiene un secreto: sus errores son intencionados. Dotada de una habilidad fuera de lo común para tejer el tiempo. Adelice sabe que ella es exa...