El evento es absolutamente desmesurado. Debería haberme imaginado algo así, teniendo en cuenta que asistirán los oficiales de la Corporación, pero a pesar de estar acostumbrada a las ridiculeces del coventri, esto es demasiado.
Todo empezó con el vestido. En la ceremonia de inauguración de Cypress mi atuendo me hizo sentir fuera de lugar, pero esta noche parece que voy desnuda. Incluso ahora, mientras estrecho manos despreocupadamente y bailo con un oficial detrás de otro, es como si no fuera yo. Al menos con mis habituales trajes de chaqueta voy bastante tapada. Decir que este vestido no deja nada a la imaginación es quedarse corto. Es de seda verde esmeralda y se adapta a las curvas de mi cuerpo. No tengo muchas, pero algo en este vestido —y en la consiguiente necesidad de ir sin ropa interior— las realza. Cae formando pliegues hasta la rabadilla, dejando al aire toda mi espalda, y de la parte delantera ya ni hablamos: la brillante seda es tan ligera que tengo la sensación de no llevar nada encima. Podría igualmente cubrirme con unas hojas de parra y esconderme en un rincón.
Los fotógrafos se vuelven locos alrededor de mi cuerpo semidesnudo y de Pryana, ataviada con un vestido de terciopelo negro sin tirantes y con una abertura hasta el muslo por la que asoma una de sus largas piernas color ámbar, revelando que no lleva medias. Mientras toman instantáneas, veo un cerdo entero clavado en un espetón en el centro de la estancia, con una manzana colocada ceremoniosamente en su boca. Sé a la perfección cómo se siente. Pryana parece mucho más cómoda delante de las cámaras y les regala su impresionante sonrisa y poses espontáneas. No suelo ser tímida, pero nunca había sido el centro de atención de esta manera.
Una mano robusta me agarra del codo y evita que desaparezca entre bambalinas.
—Estás sentada en mi mesa —me susurra Cormac al oído.
—Mi sueño hecho realidad —respondo.
—¿Cómo dices? —su tono de voz me desafía a repetir mis palabras.
—He dicho que me muestres el camino.
Nuestra mesa es la primera en una hilera cuidadosamente colocada cerca del podio, apartada del ruido de la pista de baile. Mientras Cormac retira mi silla para que me acomode, echo un vistazo a las demás tarjetas de invitados. Reconozco algunos nombres y el pánico punzante que estoy tratando de controlar palpita con mayor intensidad.
—¿Te traigo algo de beber? —pregunta Cormac.
Echo otro vistazo en torno a la estancia y reconozco a casi todos los hombres presentes de los reportajes de la Continua que vi de pequeña; acepto la bebida.
—Tarde o temprano todo el mundo empieza a beber —se ríe y se dirige hacia un pequeño bar situado en un rincón.
Estoy examinando la vajilla de plata cuando los demás invitados de nuestra mesa se unen a nosotros. Me encuentro atrapada entre políticos y sus esposas. Mantengo la cabeza gacha, excepto para tomar rápidos sorbos del vino que Cormac me ha traído. Loricel toma asiento y noto cómo se atenúa el pánico que atenaza mi pecho, pero dirige la mirada hacia el podio, resoplando a través de sus labios casi cerrados. Las demás mujeres la ignoran —y a mí—, burlándose tontamente del vestido de fulana o de si mengano se ha quedado calvo. Los hombres discuten sobre política y personas de las que jamás he oído hablar. Agradezco muchísimo la bebida que Cormac me ha traído, aunque apenas pueda soportar el modo en que me abrasa la garganta.
Llegan los camareros con gigantescas bandejas de plata, y me maravillo de su habilidad para transportarlas. La mayoría son los típicos trabajadores demacrados de clase baja, traídos especialmente para la ocasión. Cuando se reciben menos víveres se come menos, lo que implica un menor tono muscular. Pero sujetan las bandejas en equilibrio y sirven cada plato con facilidad y precisión. Al menos aquí hay comida. Desdoblo mi servilleta con anticipación, pero Cormac me la arrebata de las manos y la coloca de nuevo en la mesa.
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LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer Albin
General FictionINÚTIL. TORPE. Las demás chicas lo susurran a sus espaldas durante las pruebas. Pero la joven Adelice Lewys tiene un secreto: sus errores son intencionados. Dotada de una habilidad fuera de lo común para tejer el tiempo. Adelice sabe que ella es exa...