Cuando llega el amanecer estoy descansando sobre suave satén y algodón. Mi cama, un amplio colchón que cubre por completo una de las paredes, está colocada junto a unos enormes ventanales que miran hacia el mar Infinito. Me imagino sumergiendo los dedos en el agua y me pregunto si estará fría, si la salpicará en la piel, mientras el sol asciende y tiñe el agua con tonos rosados y naranjas.
Nunca había estado tan cómoda en toda mi vida. A mis pies descansa una bandeja con manjares a medio comer. Mi madre era una cocinera aceptable, y hacía lo que podía con las raciones de comida disponibles en nuestra ciudad, pero anoche cené pato en salsa de mantequilla, arroz con azafrán y albaricoques y torta di cioccolato. Sé los nombres de los platos porque venían escritos en una pequeña tarjeta, bajo la bandeja de plata grabada en la que estaban colocados.
Afuera, en un extremo del paisaje, se forma una tormenta que estropea la mañana de color rosado. Se teje dentro del conjunto como un mero espectáculo para beneficio de los cultivos locales. Las nubes empiezan a crecer y se hinchan con la lluvia que se avecina. Mientras lo contemplo, la textura del tejido se vuelve visible y distingo cómo los añadidos de la lluvia y los rayos van serpenteando lentamente a través del cielo. Alargo la mano para abrir la ventana y me sorprende que mis dedos toquen directamente las fibras, atrayendo la tormenta hacia mí. No hay cristal entre el tejido exterior y yo. Pero ¿cómo puede ser? Intento comprender por qué soy capaz de expandir la tormenta desde los confines de mi estancia. A menos que no esté mirando a través de una ventana. Al observarlo más detenidamente, descubro que el tejido de la ventana y el del paisaje exterior son artificiales y se encuentran superpuestos sobre la verdadera trama de la habitación, como un cuadro pintado sobre una obra maestra. Con un poco de esfuerzo se puede apreciar todavía el tejido original dela estancia, sin embargo la capa artificial es una simple imitación del producto genuino. Lo sé porque las bandas doradas que deberían estar ahí permanecen estáticas. El tiempo no avanza en esta ventana, porque no es un fragmento auténtico de Arras. Debe de ser algún tipo de programa creado para parecer una ventana real con un paisaje real. Mientras pienso en esta posibilidad, pierdo la noción de lo que estoy haciendo con las manos. La tormenta va hinchando las nubes hasta que aparecen repletas de humedad. Parece tan genuino que tengo la sensación de que las hebras de la lluvia humedecen mis dedos. Noto las manos pesadas por el material que he tejido con los dedos, así que suelto la trama,sorprendida al descubrir la cantidad que se ha acumulado en mi regazo. Todo se desvanece cuando los truenos retumban y estallan tras los vidrios falsos.Comienza a llover, como un dique que se rompiera en el cielo. Ojalá pudiera tejer lágrimas en mis ojos para atenuar el dolor constante que siento en el pecho.Pero es imposible, así que contemplo la lluvia que he liberado para que caiga desde las nubes hinchadas.
Hasta que se aclara la garganta, ni siquiera me doy cuenta de que me está observando, con los ojos muy abiertos y llenos de curiosidad. Me vuelvo con torpeza. No es mucho mayor que yo, pero luce el estilo típico de las hilanderas:el pelo, rizado y color miel, recogido en lo alto de la cabeza y un traje negro perfectamente entallado abrazando su esbelta figura. Parece más amable que la mayoría de las mujeres que he conocido hasta ahora en este lugar, y su maquillaje está aplicado para realzar sus atractivos rasgos, no para llamar la atención de forma innecesaria. Todo en ella parece asequible y acogedor. Y aquí estoy y o, tumbada con el maquillaje de anoche corrido por la cara y un montón de platos a medio comer a mis pies.
Alza una mano para indicarme que no me levante.
—No pretendía asustarte. Pensé que estarías dormida. Estoy aquí para ser tu mentora. Llámame Enora.
—¿Debería estar en algún sitio? —las palabras salen de mi boca en un discurso atropellado que ni siquiera yo puedo entender—. ¡Voy a vestirme!
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LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer Albin
General FictionINÚTIL. TORPE. Las demás chicas lo susurran a sus espaldas durante las pruebas. Pero la joven Adelice Lewys tiene un secreto: sus errores son intencionados. Dotada de una habilidad fuera de lo común para tejer el tiempo. Adelice sabe que ella es exa...