DIECISIETE

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Enora huye rápidamente por el pasillo hacia la escalera del fondo, que rara vez se utiliza. Valery se gira sobre sus tacones y abre la boca, pero no dice nada. Nos miramos la una a la otra. Me cuesta creerlo. Valery y Enora. No es que me parezca mal, solo diferente. Además, una pequeña parte de mí se siente traicionada, como si debiera haber sabido que las dos personas más cercanas a mí compartían este secreto. La injusticia de tal pensamiento me obliga a apartar la mirada, avergonzada. ¿Quién soy yo para juzgarlas? Yo tampoco he sido muy honesta respecto a Jost. 

Soy yo quien rompe el silencio. 

—¿Es por esto por lo que está actuando de forma extraña? 

—No —responde Valery, sacudiendo apenas la cabeza—. 

Esto no tiene nada que ver con su comportamiento. 

Hago una pausa y luego respiro hondo. 

—Vamos. No conviene que nos quedemos aquí. Además, hacía horas que te esperaba para que me arreglaras el pelo. 

Si Valery está desconcertada, no lo demuestra. Simplemente me acompaña hasta la puerta. Mientras la abro, veo que mira hacia la salida que da a la escalera. Tiro de su brazo para animarla a entrar en mi habitación. 

En el baño abro el grifo, como Jost me enseñó hace semanas. Valery empieza a reunir su material de trabajo: un mandil, champús y tónicos capilares. Le quito todo de las manos y la empujo hacia la silla de maquillaje. Me apoyo contra la pared y la observo. Valery. La amable y silenciosa Valery. Se parece mucho a Enora. 

—No tienes que contarme nada —le digo. 

—Es una larga historia —responde con amargura. 

—Hay muchas de esas por aquí. Oye, no puedo decirte lo que hará Pryana, pero tu vida no es asunto mío. 

—Oh, ellos ya lo saben —me asegura Valery. Le tiembla la voz, pero mantiene la barbilla alta—. Por eso Enora está rara. 

—¿Le preocupa que la echen? 

—En absoluto. Actúa de manera distinta desde que la cartografiaron. Está... distante.

Sé exactamente a qué se refiere. 

—Lo había notado. Apenas me contó nada de ello. 

—Fue dos veces. 

¿Dos veces? Un escalofrío me recorre la espalda. 

—Y estás segura de que el coventri sabía que vosotras dos... —ni siquiera sé cómo definirlo. 

—¿Teníamos una relación? —sugiere—. Sí.

—Lo siento —añado mirando hacia la bañera—. Es que nunca... 

—No te preocupes —responde Valery, pero su voz suena rota y enfadada—. El coventri corta estos asuntos de raíz. 

—Pensé que habían cogido a la mayoría de las personas con conducta distinta —comento, sintiéndome ingenua. Sobre esto me estaba preguntando el médico. Pryana sabía exactamente lo que significaban sus insinuaciones, pero yo no, porque nunca había notado nada entre Valery y Enora. 

—Que haya normas contra algo no implica que desaparezca —dice ella—. Hay más como nosotras ahí fuera, pero intentamos pasar desapercibidas. Es solo que resulta más difícil cuando... 

—¿Te enamoras de una hilandera? 

—Exacto. Conseguimos mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, pero últimamente la vigilancia ha sido más estricta, en especial sobre Enora. 

LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer AlbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora