DOS

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Conforme me arrastran fuera del túnel, alguien me clava una aguja en la pierna herida. Me revuelvo mientras el líquido abrasador se extiende por mi pantorrilla, pero de repente estoy tranquila. Uno de los agentes me ayuda a ponerme en pie en el húmedo sótano, y le sonrío. Nunca me había sentido tan feliz.

—Arreglen eso —ladra un oficial alto que desciende por la escalera del sótano. No es como los demás, que visten el típico uniforme de soldado. Es mayor y muy atractivo. Su mandíbula está esculpida con demasiada suavidad para ser natural y el ligero tono grisáceo que salpica su cabello bien peinado revela su edad. La nariz, los ojos y los dientes son perfectos, así que podría asegurar que se ha beneficiado de los arreglos de renovación. Tiene el tipo de rostro que emplean en la Continua para retransmitir las noticias.

Parpadeo con ojos soñadores mientras un médico me limpia la herida abierta por la zarpa. Varias mujeres descienden apresuradamente detrás del oficial y comienzan a lavarme la cara y a peinarme. Resulta tan agradable que me entran ganas de quedarme dormida. Lo único que me mantiene despierta es el cemento frío y arenoso bajo mis pies desnudos. He perdido los zapatos durante el forcejeo.

—Le pusiste demasiado —refunfuña el oficial—. Ordené que estuviera lista para la emisión de la Continua, no que la dejarais inconsciente. —Lo siento, pero es que se resistía —le explica uno de los agentes. Noto un tono burlón en su voz.

—Arréglalo.

Un instante después otra aguja se clava en mi brazo y dejo de sonreír. Todavía me siento tranquila, pero la euforia se ha desvanecido.

—¿Adelice Lewys? —pregunta el oficial, y yo asiento con la cabeza—. ¿Comprendes lo que está sucediendo?

Trato de responder con una afirmación, pero soy incapaz de emitir ningún sonido, así que muevo de nuevo la cabeza.

—En el piso de arriba hay un equipo de la Continua y están la mayoría de tus vecinos. Preferiría que no tuviéramos que arrastrarte como un hilo flojo, pero si vuelves a intentar algo parecido, ordenaré que te mediquen. ¿Me entiendes? —señala al doctor que ha terminado de curarme la herida.

Logro articular:

—Sí.

—Buena chica. Nos ocuparemos de esto más tarde —añade, indicando con un gesto hacia el túnel—. Tu misión es sonreír y parecer emocionada de que te hayan seleccionado. ¿Podrás hacerlo?

Le miro fijamente.

El oficial suspira y ladea la cabeza para activar el microscópico chip comunicador que lleva implantado en el oído izquierdo. Es un aparato que sirve para contactar automáticamente con cualquier otro usuario de esa tecnología o con un panel comunicador de pared. Había visto hombres en la ciudad charlando a través de ellos; sin embargo, el trabajo de mecánico de mi padre no le permitía disfrutar del privilegio de llevar uno. Un instante después asisto a la conversación unidireccional del hombre.

—Hannox, ¿los tienes? No, mantenla vigilada —volviéndose hacia mí, señala el

hueco por el que desaparecieron mi madre y Amie—. Vamos a imaginar que mi colega tiene bajo su custodia a alguien a quien quieres mucho y que tu representación ante los equipos de la Continua decide si ella vive o muere. ¿Puedes mostrarte emocionada ahora?

Simulo la sonrisa más amplia que puedo y la dirijo hacia él.

—No está mal, Adelice —pero de repente frunce el ceño y aparta al equipo que me está arreglando—. ¿Son idiotas? Esto es una ceremonia de recogida. ¡No puede ir maquillada! Aparto la mirada mientras él continúa reprendiendo a las esteticistas y busco rastros de mi padre. No le veo por ninguna parte, y al recorrer el muro con los ojos no distingo ninguna grieta que pudiera ocultar un pasadizo. Por supuesto, hasta hace veinte minutos ni siquiera conocía la existencia de los dos primeros túneles.

LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer AlbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora