DIECINUEVE

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Las hebras de luz que se entrelazan en el vacío me fascinan. He encontrado la grieta en la pantalla de Loricel y la he abierto. Mantengo el brazo derecho pegado al cuerpo y mis dedos ansían estirarse y descubrir el tacto del grueso y áspero tejido. Me obligo a mantener las manos alejadas de la brecha. Esta habitación ubicada en una apartada torre, donde podemos convocar cualquier lugar de Arras ante nosotras, es el único lugar que parece real. 

—Podrías permanecer ahí para siempre —dice Loricel a mi espalda. 

El taller estaba vacío cuando llegué, pero sabía que ella no tardaría en regresar. Ahora que ha vuelto, me habría gustado disponer de más tiempo para contemplar la fisura en solitario. De haber sido así, tal vez habría cruzado la línea y tocado la tosca materia prima que se hincha entre la Tierra y Arras. 

Loricel se coloca junto a mí. 

—Es difícil de entender, ¿verdad? 

—Lo veo —digo yo—, pero parece otra ilusión... Tengo ganas de tocarlo. 

—Como si tus manos se sintieran físicamente atraídas hacia ello —añade. 

—¿A ti también te sucede? 

—Sí. 

—¿Lo has tocado? 

—No —su voz refleja la firmeza de la resignación—. Supongo que no quiero saber lo que sucede. Mientras no lo toque, existen varias posibilidades. Tal vez su poder sea mayor que el mío, o tal vez pudiera manipular la materia prima como hago con el tejido de Arras. No sé cuál de las dos opciones prefiero, así que mantengo los dedos alejados. 

—¿Cuándo lo viste por primera vez? —pregunto. 

—Kinsey, mi predecesora, me lo mostró —responde, ladeando la cabeza y mirándome con los ojos entrecerrados. 

—¿Y todos estos años? Nunca... 

—Tal vez sea una cobarde. 

—No —sacudo la cabeza—. Es más duro no tocarlo. Yo lo deseo intensamente. Es una compulsión. Admiro tu capacidad para contenerte durante tanto tiempo. 

Loricel resopla. 

—Tal vez lo haga antes de morir. 

Lanzo un hondo suspiro y me dispongo a cerrar la brecha. Me arden las yemas de los dedos cuando están a punto de rozar la materia prima mientras reparo el agujero; es la sensación más intensa que he notado en ellas durante semanas. 

—¿Lo sientes? —pregunta Loricel. 

—Late. Tiene fuerza —respondo en voz baja.

—Porque está lleno de vida —dice ella—. Sé que te resulta difícil de aceptar. 

—¿Cómo cierras los ojos una vez que los has abierto? —le pregunto, ansiosa por descubrir cómo se ha contenido a lo largo de los años. 

—Igual que haces por la noche —me explica—. Trabajas en el telar hasta que estás demasiado cansada para continuar y entonces tus ojos se cierran de forma natural. 

—¿Por eso has rechazado la renovación? 

—Sí, y sé que debe de parecerte increíblemente injusto. Que yo me marche y te deje al cargo, pero... 

—No tienes que justificarte —la interrumpo. Incluso ahora siento la carga del tejido primario sobre mí, así que no puedo ni imaginar lo que será para ella. 

—No podría dejarlo —continúa— sin tener una verdadera maestra de crewel que continuara mi trabajo. Adelice, debes conocer mis sentimientos hacia la Corporación. Hacia Cormac, Maela y sus marionetas. Pero esa pulsión que sientes, esa corriente eléctrica, no tiene nada que ver con ellos. 

LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer AlbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora