VEINTIUNO

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Las paredes del taller de la maestra de crewel están en blanco y el telar se encuentra vacío. Loricel debe de estar cenando con las demás. Tal vez supongan que estoy con Cormac y no acudan a buscarme. Las pantallas de la estancia muestran el programa por defecto; respiro hondo y pienso dónde debería mirar en primer lugar. Solo tengo que indicar a las paredes el lugar en el que deseo estar y el programa de rastreo me lo mostrará. Estas paredes pueden enseñarme cualquier punto de Arras, pero ignoro de cuánto tiempo dispongo, así que será mejor que lo aproveche. 

—Estoy en el gran salón, cenando —ordeno, sintiéndome un poco estúpida. 

Las paredes brillan y el gran salón aparece tejido en el espacio. Me encuentro en el centro de la estancia, con la mesa a mi alrededor. En el extremo más alejado está sentada Loricel, sin hablar con nadie. Mientras tanto, las demás tejedoras disfrutan de una animada conversación que no oigo. La piel de cada mujer parece una pálida versión de su tono natural: blanco tiza, chocolate descolorido o miel apagada. Contemplo cómo una chica inclina la cabeza hacia atrás y escucho mentalmente el cacareo de su risa mientras las demás palmean y agitan las manos con gestos exagerados. Así es como terminan el día: en una larga mesa repleta de postres, carne asada y delicados panes elaborados con nata. Algunas apuran de un trago el vino tinto. Una chasquea los dedos y aparece un hombre joven para rellenar su copa. Su rostro se muestra inexpresivo, excepto por la ligerísima repugnancia que transmiten sus ojos azul eléctrico. 

Le observo. Vestido con traje, se parece muy poco al muchacho desaliñado que me llevó al hombro en la celda de piedra, pero sus ojos son los mismos del día que nos conocimos, del día que me vendó las manos, del día que nos besamos. Como siga mirándole, atravesaré la pared para lanzarme en sus brazos. 

A mi alrededor, todos los ojos se fijan en mí. Me siento desprotegida, pero entonces me doy cuenta de que me encuentro en el lugar donde estará colocado el plato principal: una gran pierna de cerdo o pavo o pato. Una por una, las hilanderas sentadas cerca de este lugar empiezan a alargar las manos hacia mí, retirándolas con cuchillos y tenedores repletos de carne blanca y humeante. Me están devorando viva

Me muerdo el labio para evitar reírme y me concentro en lo que ya sé. He localizado a Jost y a Loricel. Me gustaría seguir a Jost, pero esta es mi única oportunidad de encontrar la información que necesito para llegar hasta Amie, si quiero hallar su ubicación en el telar. 

—Muéstrame las oficinas —ordeno, y la escena cambia a un bullicioso edificio donde hombres y mujeres vestidos con elegancia caminan de aquí para allá con montones de papeles. Es una escena del exterior del coventri. Mi orden ha debido de ser demasiado vaga.

—Muéstrame las oficinas del coventri —aventuro, pero la imagen oscila y no refleja nada. 

Saco el digiarchivo del bolsillo y abro el programa secreto; me alegro al descubrir que Enora incluyó un plano del complejo. Muevo la imagen y la recorro hasta que encuentro lo que estoy buscando: los laboratorios. Junto a ellos hay una habitación el doble de grande. Está identificada como ALMACÉN. Tanto unos como otro se ubican cerca de la clínica donde me cartografiaron. Pido que aparezcan los laboratorios en la pared y veo a varios hombres ataviados con monos que trabajan afanosamente con tubos y telares. Su jornada de trabajo no debe de finalizar a la hora habitual. Cierro los ojos y digo entre dientes: 

—Almacén. 

No puedo mirar. Algo en esa amplia sección del plano me pone los pelos de punta. Poco a poco, abro los ojos. Me encuentro con grandes estanterías de acero alineadas en perfectas hileras simétricas y cubiertas con miles de diminutas cajas metálicas. Me acerco algo más, las examino y descubro que cada una incluye una secuencia de catorce números y letras. Tardo un rato en darme cuenta de que estoy conteniendo la respiración. 

LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer AlbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora