SEIS

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Caminamos rápidamente hasta que llegamos al pasillo de piedra por el que salí apenas ayer. Allí Erik reduce el paso y relaja la mano con la que me agarra. Levanto la vista y descubro que está sonriendo de forma burlona. Parece muy profesional con su elegante traje oscuro, cuidadosamente afeitado y arreglado. Su salvaje melena rubia y su sonrisita torcida son lo único que traiciona su seriedad. Es más joven de lo que pensé, aunque en nuestros anteriores encuentros yo estaba o medio drogada o medio muerta de hambre. Aun así, no puedo evitar preguntarme si es tan peligroso como su jefa. 

—¿Me he perdido algo divertido? —pregunto. 

—Bueno, tú estabas allí —me asegura Erik , todavía sonriendo—. Realmente sabes cómo sacar de quicio a Maela. Nunca la había visto perder el control de esa manera. 

—Tienes un extraño sentido del humor —pienso de nuevo en la perfecta calma de Maela, rota por un único y desastroso instante de furia. Pero incluso en ese momento, mantuvo el control, sin alejarse del firme propósito de su ira, que era volver a Pryana en mi contra. 

—¿Por qué no lo hiciste? —pregunta Erik. 

—No era necesario. Esa hebra era fuerte —respondo sin dudar. 

—Pero la Corporación tendrá alguna razón para solicitar su extracción — sostiene Erik, soltando mi brazo. 

—¿De verdad? —pregunto, y al instante deseo no haberlo hecho. Estoy segura de que cualquier cosa que le diga será comunicada inmediatamente a Maela, sobre todo si suena a que lo estoy cuestionando. Pero si Erik tiene una respuesta a mi escepticismo, no la comparte. 

Nos detenemos frente a una enorme puerta de roble, y la abre de un empujón. 

—¿Te interesa una visita guiada breve? —dice con un ligero brillo en sus ojos azules. 

Echo un vistazo a la celda de piedra vacía y niego con la cabeza. —He estado aquí antes, pero gracias de todas maneras. 

—Te echaré un vistazo más tarde —añade, regresando al pasillo. 

—Lo estoy deseando. 

—Lo sé —Erik me guiña un ojo y cierra la enorme puerta. Lo primero que veo es el aseo. Debo de haber hecho algo para merecer esta ligera mejoría en mi encierro, pero no estoy segura de qué. Aun así, es una pequeña comodidad. Ahora sé que moriré aquí dentro. Tal vez no en esta celda, pero sí en algún lugar del coventri. En la oscuridad, en vez de concentrarme en mi propio destino, pienso en mi madre y en Amie. En esta celda, sin las cegadoras luces y el abrumador colorido del complejo, puedo esbozarlas en mi mente. La manera en que mi madre se iba quitando la pintura de los labios al mordérselos cuando estaba concentrada. O cómo Amie le enumeraba lo que cada chica de su clase llevaba puesto, hasta el color de los calcetines, y quién se había metido en problemas por hablar durante la hora de silencio. La oscuridad me permite imaginar que estamos de nuevo en nuestra habitación, riendo como tontas porque a Yuna Landew la convocaron durante las clases para interrogarla sobre su pureza. Por supuesto, esa parte ya no me parece tan divertida. 

Ahora que sé lo lejos que es capaz de llegar la Corporación para demostrar algo, me pregunto qué le sucedería a Yuna. Tal vez se hiciera mejor la tonta que yo. Debería haber supuesto que la pequeña prueba de Maela no iba tan dirigida a descartar a las chicas débiles, como a probar mi lealtad. Cientos de personas han muerto por mi culpa. ¿Y a quién he «salvado»? ¿A un profesor anciano o a un niño con una enfermedad terminal? 

Justo cuando me estoy hundiendo en la más profunda desesperación, la puerta de mi celda se abre con un chirrido. Doy un respingo al advertir que es el extraño muchacho con los ojos decepcionados que me trae la comida. 

LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer AlbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora