Cuando era una niña, me sentaba embelesada en el suelo del baño y contemplaba cómo mi madre se perfilaba los ojos con un lápiz muy fino y luego repartía colorete rosado sobre sus mejillas. Era la mujer occidental perfecta — atractiva, bien vestida y obediente—, sin embargo eran las arrugas y las patas de gallo que se le formaban al sonreír lo que más la embellecía. Día tras día, me convierten en otra persona distinta, y me pregunto si la edad dejará alguna vez sus marcas en mi rostro. Ahora tengo dieciséis años y mantendré un aspecto casi perfecto para siempre. Este pensamiento me ayuda a quedarme dormida por las noches, segura de mi lugar aquí, pero también me produce pesadillas que me despiertan temblando.
Las medias han sido el principal cambio de vestimenta en mi vida. La primera vez que me enfundé el ligerísimo tejido me encantó cómo la seda acariciaba mis piernas desnudas, aunque no tardé en darme cuenta de que dejaban una película de sudor sobre mi piel. La costura se tuerce constantemente en la parte trasera de mis piernas y las medias se me caen sin parar. Mantener el aspecto adecuado ha dejado de resultar glamuroso, y ahora que voy a viajar con Cormac Patton, es incluso peor.
Desde su visita he dedicado poco tiempo o nada a tejer.
En vez de trabajar, me han estado arreglando, midiendo y enseñando normas de protocolo. Todo esto me está impidiendo emplear mi habilidad como hilandera, y también me está dejando mucho espacio para darle vueltas al destino de mi madre y mi hermana. La imagen de mi padre en una bolsa para cadáveres está grabada a fuego en mi mente y, aunque lo veo al cerrar los ojos para dormir, al menos su muerte es real para mí. Sin embargo, el pelo rubio de mi hermana y el rostro perfecto de mi madre aparecen sin parar en mis sueños. Me obsesiono con la nueva vida de Amie mientras colocan alfileres e hilvanan mis nuevos vestidos. A ella le encantaría todo esto de que te tomen medidas para confeccionarte vestidos elegantes. Al menos a mi Amie. La idea de que está viva, pero como una persona completamente distinta, me duele como si me hubieran vaciado y dejado demasiado tiempo sin interior. Es excesivo para asimilarlo todo, así que decido contar los vestidos que voy a necesitar. Vestidos para las transposiciones, vestidos para las entrevistas, vestidos para las fotografías. Vista la cantidad de seda y tul que va llegando a mi habitación, no estoy deseando ponerme ninguno de ellos.
Y Enora podría mudarse a mi cuarto. Se supone que debo conocer a todos los oficiales de la Corporación, los nombres de sus esposas, dónde residen y las principales exportaciones de su sector. Arras cuenta con un primer ministro y luego en cada sector hay un ministro de gobierno; cada ciudad dispone de uno también. Los puestos se heredan de padres a hijos, siempre que el hombre tenga un hijo varón. Un oficial de la Corporación jamás puede legar su cargo a una mujer. Es más información de la que aprendí en diez años de escuela, y no me imagino para qué va a servirme. No voy a entablar más que conversaciones triviales.
—¿Me van a hacer un examen? —pregunto a Enora después de la tercera hora de interrogatorio sobre el Sector Este.
—¿Por qué no llamas a Cormac y se lo preguntas? —exclama, claramente tan cansada de esto como yo, pero preocupada por enviarme sin una buena preparación.
—Entonces, ¿cómo me dirijo a estos oficiales?
—¿A qué te refieres con dirigirte?
—Sí, qué les llamo. ¿Se les considera ministros? —recuerdo que muchos de los agentes de Cormac se dirigen a él como ministro Patton, en vez de embajador.
—Tú no deberías dirigirte a ellos en absoluto —me mira como si hubiera perdido la cabeza.
No me molesto en ocultar mi fastidio.
—Entonces, ¿para qué estoy aprendiendo todo esto? Enora deja escapar un largo y maternal suspiro antes de responder.
—Como acompañante del embajador Patton, se supone que debes recordarle nombres y datos importantes.
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LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer Albin
Ficção GeralINÚTIL. TORPE. Las demás chicas lo susurran a sus espaldas durante las pruebas. Pero la joven Adelice Lewys tiene un secreto: sus errores son intencionados. Dotada de una habilidad fuera de lo común para tejer el tiempo. Adelice sabe que ella es exa...