Noto un sabor metálico en la boca y me escuece el labio, en el que se me ha abierto una herida al golpear con los dientes. Menos mal que iba a intentar pasar desapercibida —imposible teniendo a Pryana en mi grupo de preparación—. Maela me liberó oficialmente hace unos días, poco después de nuestra breve charla, pero aunque dediqué un tiempo considerable a pensar la manera más adecuada de enfrentarme a mi regreso a la instrucción, no logré pasar de la casilla de salida. Las otras candidatas se mostraron tan frías como Pryana; estaba claro que no les había impresionado mi confrontación con Maela. Resultaba bastante fácil interpretar las miradas que me lanzaban y, de hecho, me recordaban mucho a cómo me trataron las demás chicas durante las pruebas. Pensaban que yo era rara e inútil. Y tal vez tuvieran razón. A pesar de todo, entré en el taller para nuestra clase de telar con movimientos pesados y sin decir una palabra a Pryana. Probablemente nada hubiera cambiado la situación. Resultaba obvio que me culpaba de la muerte de su hermana. Yo era un objetivo mucho más sencillo que Maela, y mucho menos peligroso.
Por fin estábamos trabajando en telares reales. Después de la desastrosa primera experiencia, nos concedieron tres días a cada una para practicar sobre un tejido artificial antes de permitirnos manipular una pieza real. El tejido falso aparecía sin vida bajo mis dedos, pero era bastante fácil de manejar. Al final de la primera sesión de prácticas, había demostrado mi destreza para realizar alteraciones con bastante facilidad. Sin embargo, por si fuera necesaria otra excusa más para distanciarme del resto, a la mayoría de las chicas no le resultó tan sencillo. Eran hilanderas aceptables, pero su trabajo era descuidado, o invertían demasiado tiempo en él, o carecían de la confianza necesaria para profundizar realmente en las tareas. Cuando finalizamos el periodo de prácticas, a todas se nos autorizó a desarrollar tareas simples como el tejido de alimentos, aunque a Pryana y a mí nos separaron del resto. Ambas estábamos trabajando en la meteorología, en vez de la comida. Ojalá esto me hubiera brindado la oportunidad de hablar con ella.
Sabía que estaría disgustada, pero no me imaginaba que se abalanzaría sobre mí y me golpearía. Estoy débil después de pasar varios días en la celda y de alimentarme a base de agua y una comida infame, así que el golpe de Pryana me tira al suelo de culo. Me gustaría pensar que me ha pillado desprevenida, aunque nunca he tenido ocasión de probar mi capacidad para luchar. No puedo culparla de estar enfadada y ojalá yo también pudiera darle un mamporro a alguien por lo que la Corporación le hizo a mi familia.
—Te prometo —dice Pryana, inclinándose hasta que noto su aliento caliente en la cara— que tu vida será una tortura mientras yo esté cerca de ti.
—Es justo —mascullo mientras la sangre resbala por mis encías.
No le gusta mi respuesta. Lo sé porque sus ojos se estrechan hasta convertirse en meras rendijas. Esta situación es ridícula. Una enemistad maquinada enteramente por Maela. Cuando me adelanté para ocupar el lugar de Pryana en la prueba, mi intención era buena, y no había manera de que yo supiera que aquella pieza contenía la hebra de su hermana.
Pero esto no evitará que siga odiándome.
Pryana se acomoda de nuevo en el taburete y reanuda su trabajo, tejiendo con furia. Debería enfadarme, o al menos indignarme, pero pienso en Amie y en cómo su fino pelo rubio se ondula alrededor de sus orejas. Yo tengo la culpa de lo que les ha sucedido —a nuestras dos hermanas—. Yo empecé todo.
Nuestra instructora, una tejedora mayor y excesivamente entusiasta que no debería utilizar tanto maquillaje, no se percata de nada. Está ocupada revoloteando de una candidata a otra, guiando el trabajo de cada una y ofreciendo aliento. Es una profesora excelente. Siento una punzada y me pregunto cuántas maestras se nombrarían durante el día de asignación en Romen. Entre ellas no estoy yo. Regreso a mi tarea de tejer un breve chaparrón sobre la región noreste de nuestro sector.
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LAS TEJEDORAS DE DESTINOS de Gennifer Albin
Narrativa generaleINÚTIL. TORPE. Las demás chicas lo susurran a sus espaldas durante las pruebas. Pero la joven Adelice Lewys tiene un secreto: sus errores son intencionados. Dotada de una habilidad fuera de lo común para tejer el tiempo. Adelice sabe que ella es exa...