Marcos temía quedarse en silencio, como si en cualquier momento pudiera deslizarse entre sus brazos y desaparecer. Sin embargo, tampoco quería hablar demasiado... solo quería quedarse con ella eternamente, abrazados.
Pensó en algo que decir, en algo que hacer... pero nada era más correcto que quedarse ahí, junto a ella.
Sintió que Mía se sacudía ligeramente en sus brazos. Se asustó pensando que quería alejarse de él, aunque descubrió que no era así. Tan solo parecía como si no pudiera controlar los temblores que la recorrían.
Estaba llorando, comprendió al mirar gruesas lágrimas correr por su rostro.
No entendía por qué ella lloraba pero él quería consolarla. La tomó en sus brazos, aún más cerca y le acarició la espalda con ternura, intentando calmarla. Ella respiró hondo y lo miró directamente.
–Suéltame –pidió con voz fría– no te conozco.
–Pero... –Marcos se sintió confundido. ¡Las mujeres eran un enigma!–. ¿Estás bien?
–Todo estaba muy bien –Mía elevó su rostro, altiva– hasta que tú decidiste tomarme en tus brazos como si fuera un oso de peluche. ¿Qué rayos te pasa?
–¿A mí? –Marcos la miró como si estuviera loca. No parecía la misma mujer de unos instantes atrás. Se alejó un poco, para mirarla completamente. Sí, no había ni rastro de la mujer que había sostenido contra él–. ¿Quién eres tú y qué hiciste con Mía?
Ella rió, secamente. Lo miró burlona, elevando una ceja.
–Soy Mía –ella se encogió de hombros– no pretendas saber quién soy. ¿Ni una hora juntos y ya crees conocerme?
–Yo no he dicho eso –él la miró lentamente– solo... eres tú.
–¿Yo? ¿Yo soy qué? –Mía soltó apresuradamente, asustada por la convicción de su voz
–No importa lo que digas o hagas –Marcos negó– sé que eres tú. Estoy totalmente convencido que es así.
– ¿Así qué? ¿Estás loco? –Mía intentó alejarse pero él le tomó de la mano, suavemente. Ella suspiró–. ¿Qué haces?
–Necesito saber qué es lo que sientes –Marcos dijo con aprensión– te he esperado toda mi vida y no puedo dejarte escapar. Dime por favor que tú también lo sientes.
Mía lo miró de hito en hito. Trató de poner en orden sus pensamientos, de no gritar o ponerse a reírse como una histérica. ¿Cuál era el problema de ese hombre? ¡Pensó que era normal! ¿No era amigo de Aidan y su padrino de bodas? ¿Cómo estaba tan loco?
–¿Lo siento? ¡Marcos, por favor, suéltame! –pidió, cuando él apresó su mano con fuerza–. No sé a qué te refieres –susurró despacio– ¡no lo entiendo!
–¿No? –la expresión vacía de sus ojos dolió, sin saber por qué. Su voz reflejaba dolor–. No puedes decirlo en serio –suplicó. Mía cerró los ojos.
–Marcos, por favor –Mía temblaba– apenas te conozco. Debes estar equivocado –él negó con fuerza– no sabes quién soy.
–Mía... –sus ojos azules se encontraban fijos en su rostro– sé lo que siento. No estoy equivocado. Necesito estar a tu lado.
–¡Estás loco! –Mía sacudió su cabeza–. No sabes lo que pides, realmente no tienes ni idea... ¡déjame tranquila! –se soltó de él.
–¿Por qué? ¡Mía solo escúchame! –ella se detuvo–. No quise asustarte –se disculpó Marcos– sé que es una locura y si estuviera en tu lugar, también huiría. Pero –él suspiró– no sé cómo explicarlo, Mía. He esperado mi vida entera por ti. ¿Crees que no sabría que te encontré?
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Tan solo amor (Italia #7)
RomanceMarcos Ferraz soñaba con enamorarse, lo que le había conllevado variadas burlas de los jóvenes miembros de su familia. Sin embargo él no temía admitirlo, muy dentro de su corazón, sabía que la encontraría. Y lo hizo, en una boda... solo lo supo...