Se sentía como un completo idiota. Incluso había tenido la esperanza de que Mía dijera que sí, que quería verlo. No, no se había atrevido a imaginar tanto. Sin embargo, tan solo un ¡gracias! Y él hubiera sido feliz.
No obstante, ese no había sido el caso. Los primeros días había esperado con emoción e impaciencia. Así la primera semana. A la siguiente, ya no tanto. La punzada de decepción se hizo aún más presente aquella mañana, el inicio de la tercera semana.
Le había enviado rosas rojas, un ramo cada semana. En el primero había enviado su carta, sin respuesta. El siguiente solo lo envió porque quiso.
Nada. Ni una sola palabra.
Temía preguntar por ella, el ridículo había sido suficiente al preguntar su dirección, escribirle y buscar desde el otro lado del mundo un lugar donde ordenar un ramo de rosas. ¡Quién lo viera!
Además, era un trabajo de tiempo completo evadir a Rose, cuando era tan complicado conseguir una florería en ese distante lugar en el que ella vivía. Solo Dios sabía por qué Mía se había recluido ahí.
¿Qué haría? –se preguntó más de una vez. Porque no había mucho que pudiera hacer. ¿A qué se dedicaría? ¿Se mudaría ahí por el hombre que amaba? ¿Él había visto las rosas? ¿Nunca le llegaron?
Muchas historias extrañas se había inventado su mente para evitarle el dolor de enfrentar que Mía, probablemente, ni lo recordaba. Lo encontraba molesto y atrevido, dada su despedida. Se sentía desolado y no iba a negarlo. ¿Para qué?
Sonrió con tristeza mientras miraba por la ventana. Amaba el lugar en el que había nacido y agradecía la familia que tenía. Pero en cuanto al amor, no le había sonreído hasta que encontró a Mía. Si, Mía que irónicamente, nunca sería suya.
Recordaba cada palabra de la carta, como si las acabara de escribir. Como si aún las estuviera escribiendo. Casi como si estuvieran siendo concebidas en ese mismo instante. Porque había querido ser muy cuidadoso, evitar asustarla pero sin ocultar sus sentimientos. Le había llevado horas... en vano.
Cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza en el cristal. Quería pensar que existía una explicación, increíble y mágica. Una que no implicara que ella no sentía nada por él. Que no lo recordaba. Que no pensaba en él. Que... no lo amaba.
Quizás ese era el problema. Había dejado mucho de sí en esa carta como para que Mía no se asustara. Probablemente aún le daba vueltas a contestar o no. Quizá tan solo no quería ser cruel y darle falsas esperanzas.
Pero él quería esperanzas. Un haz de luz en ese mar de incertidumbre. ¿Por qué le negaba un consuelo así? Quería entenderla. El amarla no hacía que él entendiera por qué era así. Tal vez ahí estaba el centro de todo.
Él la amaba. Con todo su ser. Con todo lo que era y, aun cuando ella no lo creyera, la seguiría amando con todo lo que iba a ser.
Su futuro era Mía. Y lo seguiría siendo aun cuando ella se negara a aceptarlo. Él lo sabía. No pretendía entenderlo, solo lo sabía.
La amaba. Tan simple y complicado como eso. Y ella... no.
Repasó una vez más las palabras en su cabeza. Sabía que no debería, pero lo hizo.
Mía:
¿Me recuerdas? Sí, no es la mejor manera de iniciar una carta pero no sabes lo difícil que ha sido hacerlo. Decidirme a escribir fue fácil, el ponerme a hacerlo... ha sido más complicado que simplemente desear hacerlo con todo mi corazón. Porque te escriben mis manos pero solo guiadas por mi corazón. Que sigue latiendo por ti, solo por ti. Desde el momento en que te vi, no he dejado de pensar en ti. ¿Difícil de creer? ¿Imposible? Deberías decírselo a mi corazón que no quiere entenderlo. Y me hace difícil el día a día, los minutos y segundos... las horas no pasan. El tiempo se ha detenido.
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Tan solo amor (Italia #7)
RomanceMarcos Ferraz soñaba con enamorarse, lo que le había conllevado variadas burlas de los jóvenes miembros de su familia. Sin embargo él no temía admitirlo, muy dentro de su corazón, sabía que la encontraría. Y lo hizo, en una boda... solo lo supo...