Capítulo 3

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Marcos regresó al salón en silencio. Repasaba cada una de sus palabras y no podía evitar sentirse totalmente idiota por haber dicho lo que su corazón sentía. Cada palabra... equivocada.

¿Por qué había creído que lo difícil sería encontrar a la persona correcta? No, no estaba ni cerca. Lo difícil sería convencer a esa persona que él no estaba loco o mintiendo, que sus sentimientos eran tan firmes como los de personas que han amado por años.

Simplemente porque era cierto, él la había esperado toda su vida. Toda su vida... solo por ella.

Y no, no había cambiado de idea. Era Mía y solo lo sabía. No podía explicarlo, solo necesitaba que ella también lo creyera.

Claro que, si estaba comprometida y enamorada, eso sería bastante difícil de lograr. ¿Imposible? No lo sabía. Dependería de cuanto creía amar a ese otro hombre. Porque no podía amarlo, ¿cierto?

O... ¿sí? ¿Qué tal si ella amaba a ese hombre y él a ella? Nunca lograría amarlo a él, ni siquiera lo escuchaba.

¡No, no podía estar equivocado!

Entonces, ¿cómo lograría convencerla que era él a quien amaría toda su vida? Con cada respiración, con cada latido, con cada mirada... tal y como él la amaba a ella.

Si alguien pudiera leer sus pensamientos... si Alex y André pudieran hacerlo, no lo dejarían en paz en cientos de años. ¡Si de por sí era una burla para ellos! ¿Qué pensarían si les dijera que había encontrado a la mujer que amaría el resto de su vida pero ella no quería saber nada de él porque estaba enamorada de otro?

¡Buena historia esa! Solo a él...

–¿Marcos? –él miró a Mía– yo solo... lamento todo eso –no sabía que decir.

Él asintió y se giró, dándole las espaldas. Mía se puso frente a él, nuevamente.

–¿Sí? –preguntó Marcos, cuando ella se quedó mirándolo–. ¿Mía?

¿Cómo no había notado lo guapo que era ese hombre? Era casi demasiado perfecto.

–¿Tienes algún secreto? –su tono de voz sonaba desconfiado–. No puedes ser así.

–¿Qué? –Marcos rió, sorprendido por la pregunta– ¿así cómo?

–Así –ella repitió, abarcando con sus manos el espacio entre ellos– eres tan...

Marcos arqueó una ceja. Sonrió, sin saber por qué, solo... sonrió. Mía contuvo el aliento, una vez más, ese hombre sabía cómo hacer que una mujer olvidara todo lo que había planeado decir.

–¿Tan? –él preguntó, curioso.

–No lo sé... –Mía apoyó un dedo en la mejilla– es solo que...

–¿Qué? –inquirió impaciente.

–No puedes ser real... –Mía negó lentamente– cada palabra tuya, se repite en mi cabeza como si la siguieras diciendo. ¿Por qué? ¿Qué me hiciste?

–¿Yo? –Marcos rió con inocencia–. Yo no te hice nada, Mía. No sé a qué te refieres.

–¿No? –ella fijó sus ojos en los de él. Se sorprendió de lo azules que eran y como la cautivaban de inmediato. Él tembló y ella notó, complacida, que ella tenía el mismo efecto en él con sus ojos grises–. ¿Qué es esto?

–¿Qué es? –Marcos soltó incrédulo– pensé que habías dicho que no había nada.

–¡No lo hay! –Mía afirmó vacilante–. Es que no puede ser...

Tan solo amor (Italia #7)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora