Mía inspiró hondo mientras bajaba del avión. No podía creer la locura que había cometido. ¿Qué tal si Marcos solo bromeaba al pedirle que fuera? ¿Por qué ella había tenido que escucharlo? Debió pensarlo mejor, aunque, claro, ya era un poco tarde para lamentaciones. Estaba ahí y solo restaba averiguarlo.
Volvió a leer la dirección y le pidió, intentando su mejor italiano, al taxista que la llevara ahí. Solo rogaba que Marcos estuviera en casa. ¿Y si no? Podía estar de viaje...
¡No, nada de pensamientos negativos!
Estaba ahí –se repitió– esperaría a ver qué sucedía antes de pensar en ninguna solución a un inexistente problema.
Sin embargo, no pudo evitar que un escalofrío la recorriera ante la perspectiva de estar nuevamente frente a Marcos. Un hombre al que no conocía nada; pues, en apenas dos encuentros, no se podía decir que fueran ni tan siquiera amigos. Y aun así...
Él decía amarla. Y ella empezaba a creerlo.
Cuando le contó a su hermana Eliane sobre los planes que tenía (viajar a Italia) ella lo sospechó, seguramente, porque preguntó a su esposo Aidan sobre Marcos. Un hombre íntegro, que si bien se habían conocido por negocios, habían congeniado enormemente, al punto que Marcos había sido su padrino de bodas. La boda... ¡Marcos!
Miró al edificio que tenía frente a sí, al bajar del taxi y lo pensó mejor. ¿Qué hacía ella en Italia, con una maleta y buscando a un hombre que tal vez ni la recordara ya? Además, un hombre al que se notaba no le faltaba nada. ¿Realmente vivía ahí?
Reprimió una mueca al sentir que su boca parecía intentar deslizarse de la sorpresa, formando una gran "o". Al parecer, había estado viviendo demasiado tiempo en ese pueblito que ahora ya no parecía encajar en ningún otro lugar.
Un deportivo gris pasó a su lado y ella lo observó con admiración. Sin duda, las personas que vivían ahí eran adineradas. No que eso la incomodara, solo que cuando uno se acostumbraba a la sencillez de los pequeños y remotos lugares, ciertos lujos abrumaban. No quería ni imaginarse qué diría Marcos de ella, mirándola ahí.
Al parecer, estaba a punto de averiguarlo. Él bajaba de ese auto, se veía guapísimo y algo cansado. Mía no pudo evitar contener el aliento mientras sus ojos grises lo recorrían por completo. ¿Un hombre así enamorado de ella? ¡Tenía que ser una broma!
Lo miró con aprensión. Estaba preparada para cualquier reacción posible de rechazo, sorpresa o incredulidad. Una sonrisa, quizás. Un...
Nada la había preparado para la reacción de él.
Sus ojos azules se encontraron con los de ella y él echó a correr hacia el lugar en que estaba parada. Mía sonrió y en cuestión de segundos se encontraba totalmente envuelta por los brazos de Marcos, ocultando su rostro en el pecho de él, sintiendo el acelerado latido de su corazón y la mano de él deslizándose por su cabello. El sentimiento de pertenecer ahí, donde se encontraba en ese instante, fue determinante para ella.
Donde sea que estuviera Marcos, ella estaría con él. No podía imaginarse nada diferente... ni más perfecto.
Lágrimas inundaban sus ojos, sin embargo pestañeó rápidamente para reprimirlas. No quería ponerse a llorar, una vez más, frente a Marcos.
No obstante, la sensación de seguridad era abrumadora. Sentía la necesidad de refugiarse en él y así todo estaría bien. Siempre.
–Mía –habló despacio Marcos, sin soltarla– viniste –sonrió ampliamente y la estrechó aún más contra sí– realmente estás aquí.
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Tan solo amor (Italia #7)
RomanceMarcos Ferraz soñaba con enamorarse, lo que le había conllevado variadas burlas de los jóvenes miembros de su familia. Sin embargo él no temía admitirlo, muy dentro de su corazón, sabía que la encontraría. Y lo hizo, en una boda... solo lo supo...