Su asistente era un espectáculo sublime. Su forma de hablar, de pensar, de caminar; todo en él resultaba encantador.
Lo acompañaba en sus diarias aventuras hasta la estación de tren, procurando que nadie atacase al pobre demente. También escuchaba sus monólogos al viento, leía sus escritos y alababa sus historias.
Nadie sabía si se mantenía a su lado por aprecio o dinero, pues no era un secreto la exageración de sus pagos, pero lo cierto era que, junto a él, cualquiera habría creído que estaban igualmente locos.
—¿Martín el Canguro? ¿Realmente va a llamar así a su primer libro?
El escritor se mostró ofendido ante el escepticismo de su joven acompañante.
—Planeaba llamar Marcus a la mitad de las ediciones y Martín el Canguro a las restantes. Como sea, el título es completamente irrelevante en la historia.
—Tiene razón, maestro. Como siempre.
Howe sonrió, pero parecía inseguro sobre algo.
El asistente se sentó a su lado en aquella banca de la estación de tren al ver su estado. Sus ojos grises se concentraron en el escritor, quien estaba pensando en algo que le carcomía el alma.
Intentó darle la mano, pero el hombre la alejó.
—¿Sucede algo, maestro?
Howe suspiró y lo miró a los ojos, fijándose en dos nubes curiosas que decoraban el rostro de un joven de alma vieja. A veces envidiaba sus ojos claros, pues lo hacían ver dulce y transparente, pero el deseo terminaba alejándose.
Había cosas que no quería revelar con la mirada.
—¿Alguna vez te has enamorado del pecado, mi dulce asistente?
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|| HOWE ||
Short StoryHowe era un hombre extraño. Un demente. Un desequilibrado. Howe era un hombre desconocido. Un incomprendido. Un repudiado. Howe era un hombre soñador. Un iluso. Un romántico. Howe era un hombre. Howe era un loco.