Llegamos al final, y supongo que debo agradecerles por leer este sinsentido. Tomen este libro como un regalo de Lorena Miller para todos ustedes.
***
Leví siempre llevaba uno de los libros del maestro Joseph Howe bajo el brazo.
Había intentado que sus hermanos se interesaran por él, pero ellos sólo se reían de su pobre maestro. Creían que toda aquella locura había sido una etapa que debía dejar atrás. Su ex esposa, aquella nueva maestra que intentó amar mientras escribía el diario de un loco, decía que sus libros eran basura. Sus hijos estaban más interesados en los videojuegos que en un tierno loco.
Solo él quedaba para recordar y amar a aquel sabio demente. Los admiradores buscaban otros ídolos, los amigos otros amigos, pero aquel dulce asistente nunca encontró en su vida un maestro que lo reemplazara.
Y es que él, entre los tres, fue quien más lo amó. Pero la vida no es justa y la locura tampoco.
El amor vive en el presente, y el asistente era cosa de futuro.
Ahora, en medio de su depresión y una constante lucha por recuperar a sus hijos, Leví solo podía aferrarse a las palabras de un escritor muerto que aún era capaz de robarle el aliento.
Se negaba a dejarlo ir. Se negaba a olvidarlo. Y, a su vez, se negaba a la idea de que los demás lo olvidaran.
Porque Howe había sido un loco y había confiado en él para que lo recordaran, pues no existía en el mundo otra persona que lo hiciera. El escritor no tenía a nadie más que a un idiota enamorado de sus palabras, pero... ¿Qué pasaría cuando él ya no estuviese?
No podía morir junto a los libros. El asistente sabía que necesitaba encontrar a alguien que mantuviera vivas las palabras de alguien que merecía ser eterno.
El asistente sabía que el incidente con la quema de libros no podía repetirse.
—¿Por qué no existe persona en el mundo que pueda apreciar el arte que sus locuras almacenan, maestro?
Y el viento le respondió, pues consigo traía el sonido del muy molesto timbre que interrumpió sus pensamientos. El maestro no pensaba abandonar a su más fiel seguidor.
Leví se levantó y reacomodó su traje. Nunca dejaba de usarlos, aunque muchos ya estaban algo raídos.
Abrió la puerta sin esperanza alguna, pero lo que vio tras la puerta lo maravilló.
—¿Lauren?
Su sobrina se veía destrozada. Lágrimas salían de sus ojos verdes y claramente no había tenido una buena noche.
—¿Tío Leví?
Pero no era su aspecto demacrado lo que lo maravillaba, sino una postura similar a la de un dulce asistente que muchas veces se había mirado al espejo mientras se preguntaba si era lo suficientemente brillante como para comprender a su maestro. A su vez, también le hacía recordar a su viejo maestro el día en el que todos decidieron pensar que su arte era basura.
Era como ver la gloriosa combinación de ambos en una persona. Una muy triste persona.
—¿Sucede algo?
—Yo... necesito quedarme contigo unos días.
—¿Por qué? ¿Sucede algo? ¿Mi hermano te hizo algo?
Lauren negó, pero el labio le temblaba.
—Creo que soy gay, tío Leví.
Y en sus ojos veía el asco que una vez sus ojos habían reflejado, el asco que una vez su loco maestro también había transmitido.
—¿Crees que es bueno?
—No lo sé —Contestó con sinceridad.
Él suspiró. Tal vez había encontrado a la indicada.
—¿Quieres tomar algo? —Ofreció mientras depositaba su mano en el hombro de su sobrina. Quería hacerle saber que en ese lugar no tenía que sentir miedo alguno— Tendría que haber visto a mis hijos ayer, pero su madre no los trajo a casa. Eso quiere decir que tengo muchos jugos de cajita guardados.
—¿Jugos de cajita?
—Exacto.
—Pero eso es para niños, tío Leví —Se rio la chica entre lágrimas. Su aura era tan parecida a la de su maestro que llegaba a aterrarle.
—Sigue siendo jugo, Lauren.
Ella rio débilmente, y era sublime ver como poco a poco una gota de locura nacía en sus ojos.
—¿Algo más que quieras hacer?
—Desaparecer —Respondió su sobrina.
El tío Leví sonrió en entendimiento. Él también había deseado hacerlo cada vez que su maestro expresaba su desprecio hacia hombres con sentimientos.
—Creo que tengo algo mejor —Se le ocurrió decir mientras tendía a su sobrina el libro que tenía entre manos. Fue como dejar ir a un gran amor, pero también fue como asegurar que lo tendría para siempre— ¿Quieres leerlo y deleitarte con la majestuosidad de las palabras de un loco?
Y Howe fue eterno, tan eterno como el viento transmitiendo sus demencias, tan eterno como el sinsentido que plasmó en sus libros, tan eterno cómo solo él esperaba serlo.
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|| HOWE ||
NouvellesHowe era un hombre extraño. Un demente. Un desequilibrado. Howe era un hombre desconocido. Un incomprendido. Un repudiado. Howe era un hombre soñador. Un iluso. Un romántico. Howe era un hombre. Howe era un loco.