>El Asistente - II<

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El asistente lo admiraba mientras escribía un nuevo sinsentido en su cuaderno. La antigua mesa en el departamento del loco desprendía grandes nubes de polvo con el movimiento, pero no le importaba. Debía estar a su lado.

Hacía notas mentales acerca de sus trazos, la pasión descansando en sus ojos oscuros, los discursos que tenía con el viento cuando intentaba meditar.

Howe sonreía. Sabía que su dulce asistente pensaba que era una persona maravillosa.

-¿Alguna vez le has temido al amor?

El asistente intentó contestar, pero Howe le cubrió la boca con la mano. De inmediato se alejó. El contacto de aquellos tiernos labios contra su piel junto a unos inocentes ojos grises fijándose en los suyos le hicieron sentir escalofríos.

-No hablaba contigo, mi dulce asistente.

-Lo sé, maestro. Lo siento.

El demente suspiró antes de olvidarse de su pluma. El viento había dejado de contestarle, así que ya no le quedaba nada más que conversar con aquel joven que fielmente seguía a su lado.

-¿Sabes cuantos ejemplares hemos vendido?

Howe lo observó reacomodar su cabello oscuro con nerviosismo mientras se mordía el labio. Tal vez eran sus delicadas manos, su porte repleto de seguridad, la sonrisa que siempre le dedicaba, pero había algo en él que le hacía suspirar.

-Maestro...

-Puedes decírmelo.

-En estos cuatro meses hemos vendido cincuenta ejemplares, maestro. Ni uno más.

Había decepción en el rostro del joven, pero el demente solo se reacomodó el traje mientras reía. El asistente hizo lo mismo para no quedar en ridículo.

-Puede no parecer mucho, mi dulce asistente, pero prefiero que mi obra sea leída por cincuenta personas que la aprecian antes que por millones que solo la ven como entretenimiento -Murmuró mientras acercaba sus rostros y juntaba sus narices.

El contacto era común entre ellos. Habían pasado tanto tiempo juntos que algo así ya no les resultaba incomodo, pues eran ahora una misma persona.

Aun así, una pequeña parte del pobre escritor aun no entendía que aquello era solo contacto profesional.

-Cualquiera diría que vamos a besarnos -Se rio el joven.

Casi parecía estar deseando que eso sucediera.

-Eso sería asqueroso, mi dulce asistente.

Pero el escritor no tenía intenciones de alejarse.

-Tiene razón, maestro. Sería muy asqueroso.

Y ambos intentaban creer en sus propias mentiras.

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