>Libro XIV<

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Volaba. Volaba como las gallinas en primavera, como una sandía que crece bajo el agua.

Le tomó la mano para besarlo, pero terminó rendido a sus pies.

¿Por qué estaba allí?

¿Por qué permanecía a su lado?

Bebía entonces la mosca el agua de un lago seco, un mar con agua evaporada, un cielo sin nubes ni cielo. Le dijo que lo esperase, pero nunca se marchó. Le dijo que lo dejara, pero ella se lo llevó.

Robó entonces tres cosas importantes.

A Diana, a Andrea y José, pero José se llamaba Andrea, y las cosas no eran tres. También tenía un anillo, uno de esos que pones en tu dedo para atarte eternamente, pero sonreía cada vez que lo veía.

Cuando amaba aquella hermosa alma estar unida sin sentido a un demonio que la adoraba.

Grito. Grito. El éxtasis llegaba.

Murió tantas veces como pudo contar, tantas veces como pudo sentirlo.

Y fueron a un paraíso, que terminó siendo el Edén.

Y entonces llegó ella y dijo con voz firme:

¿Alguna vez probaste las galletas de mi abuela?

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