|| HOWE ||

>El Amigo - II<

Con preocupación en la mirada se acercó a su amigo, quien escuchaba con una sonrisa de ojos cubiertos los sonidos en aquella vacía estación del tren.

Era de noche y Howe se había preocupado al no encontrarlo en su departamento, descansando sobre la cama como el pobre ciego en el cual el accidente lo había convertido.

—¡Estaba preocupado por ti, insensato!

Su pobre amigo se sobresaltó un poco, pero no volteó hacia el sonido de su voz. Tal vez quería estar solo esa noche.

—¡Te he buscado por horas! ¡Todos creían que estaba loco! —Exclamó el demente antes de sentarse a su lado y tomarle la mano.

Si nadie los veía entonces fácilmente podría afirmar que un momento como aquel no había existido.

—¿Y por qué me has buscado?

—Porque te has quedado ciego, porque no podrías estar solo ni un día... Y tengo que cuidar de ti, porque te aprecio.

Le habría gustado terminar la sentencia de otra forma, pero los hombres no debían de ser tan cariñosos entre ellos.

Estaba mal. Muy mal.

—Estoy ciego, Howe, pero no hay nada de malo en eso. Tampoco tiene nada de malo ser sordo o tener otro tipo de discapacidad. Lo sobrellevamos, Howe, y con el tiempo aprendemos a vivir —Se lo escuchaba triste. Parecía saber que nadie sería capaz de entender sus palabras, ni siquiera su amigo.

Nadie entendería al ciego hasta que lo fuera por sí mismo.

—... Odio que me trates como si fuera un desgraciado inútil.

—¡Pero lo eres! —Se frustró.

Su moreno amigo no se sintió feliz ante el comentario, o eso creyó Howe.

Se sorprendió, sin embargo, cuando una mano sin aparente dirección viajó hacia un área que días y noches rogaba por un poco de buena atención.

El escritor, aunque sintió el cosquilleo del pecado creciendo poco a poco, no se hizo a un lado. Tal vez su pobre e invidente amigo solo se había equivocado de lugar debido a su terrible situación.

No quería hacerlo sentir mal.

—Amaría demostrarte que no soy tan inútil como crees, Howe.