>El Asistente -XVII<

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El maestro colocaba dentro de una vieja mochila cada una de sus obras. El asistente, guardando el silencio que aquel hombre parecía necesitar, lo ayudaba en la tarea sin exigir un por qué.

Howe lloraba, pero se había hecho típico para el joven aprendiz ver aquellos ojos color café llenarse de lágrimas. No solo habían quemado los libros de un loco, sino el alma del mismo.

Lo abrazó cuando no pudo soportar su sufrimiento. Su maestro siempre le había parecido un hombre muy valiente, no temiendo ante su locura, pero últimamente parecía avergonzarse de la misma.

—Mi dulce asistente... —Sollozó el pobre Howe mientras se aferraba a los brazos de aquel muchacho que muchas veces había escuchado sin interrupciones sus charlas con el viento.

—Maestro —Murmuró dolido al escucharlo. No podía soportar verlo así.

—Necesito que hagas algo por mí.

—Por usted haría lo que fuera.

—Necesito que escribas un diario. Mi diario. Necesito que escribas cada punto, cada detalle de mi vida, que expliques la razón de todas mis locuras... Quiero que expliques la razón por la cual no dejé de escribir.

—Pero yo...

—Hemos estado juntos durante mucho tiempo, mi dulce asistente. Creo que sabrás exactamente qué hacer. Conoces partes de mí que ni yo mismo he sido capaz de ver, y realmente aprecio eso.

—¿Cree que seré capaz?

—Confío en ti —Afirmó mientras miraba fijamente sus ojos grises, esos que muchas veces habían buscado su aprobación.

Lo abrazó.

Lo abrazó como si no quisiera soltarlo, como si no pudiera. Le dijo que lo amaba mil veces, y aunque no era del todo verdad, tampoco era una completa mentira.

—Te daré mis plumas, mis pergaminos, incluso mis trajes... Lo tendrás todo de mí, excepto a mí.

Eso era lo que más dolía.

—¿Dónde piensa ir, maestro? ¿Puedo ir a visitarlo? —Preguntó con tristeza el inocente asistente, quien observó con pesar aquel pesado bolso.

El escritor suspiró.

—Yo no voy a irme.

—¿Entonces?

—Tú vas a irte.

El pobre chico abrió los ojos sin poder creer aquello.

—¿Yo?

—Falta poco para que comiencen a llamarte loco, a atacarte, y no quiero eso para ti. No quiero eso para mi dulce asistente.

—Pero maestro...

—Te necesito a salvo para que también salves mi locura, mis ideas, mi legado... No confiaría mis libros a otra persona más que a ti, y es por eso que irás con tu nueva maestra, la que vi en la estación. Si te ama tanto como yo entonces va a protegerte con su vida.

El asistente se llenó de orgullo. Su maestro lo miraba con aprecio, con cariño, con amor, y solo eso necesitaba para saber que todo estaría bien.

—¿Vendrá a visitarme?

—No necesitas mi visita, muchacho. Tú tienes parte de mí ahora... Tú eres parte de mí, y yo soy parte de ti.

El asistente lo besó, y lo besó porque su maestro ya no era su maestro.

Era su amor.

—Ahora vete, Leví. Solo vete.

Y lo hizo.


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