El pobre escritor temblaba mientras enormes lágrimas cubrían su rostro. Su amigo escuchaba sus sollozos, pero el loco no quería abrazos ni consuelos en ese momento.
—¿Qué haces, Howe?
Escuchaba ruidos. Movimientos. Escuchaba la pluma presionándose contra el pergamino, la tinta grabando historias en el infinito. Escuchaba rápidos pasos, su propio corazón latiendo agitado, la voz de un loco que constantemente murmullaba un montón de cosas sin sentido.
—Preparo algunas cosas. No te preocupes.
Pero el ciego se preocupaba.
—Howe, por favor...
Pero las lágrimas del escritor solo incrementaron. El amigo, por su parte, dejó escapar un par de lágrimas también.
—¿Recuerdas aquel día en la estación? ¿Recuerdas el día en el que nos conocimos? —El escritor buscaba distraerlo, y sí que lo estaba logrando.
De todos sus recuerdos en el mundo de la visión, aquel era el que más apreciaba y el que con más detalles podía recordar.
—¿Cómo no recordarlo, Howe?
Cuando el escritor volvió a hablar, su voz sonó tan lejana como los trenes que partían y con rapidez decidían escapar de la estación.
—Ese día me enamoré —Confesó el escritor, y sus palabras se asemejaban a una triste carta de despedida—... De todas mis aventuras, amigo mío, tú fuiste la que yo más amé.
Y es que Howe, siendo el loco que era, no sabía nada de amor. En su cabeza aquel amigo era lo más cercano que tenía que pudiera asemejarse a uno, pues mientras Marcus era dueño de su cuerpo y Leví de su mente, aquel chico moreno que lo miraba con los ojos del alma era dueño de su corazón.
—Algunas aventuras son admirables y te mejoran. Sacan todo lo bueno que hay en ti —Le contó mientras recordaba con nostalgia a su insistente admirador—. Otras aventuras te convierten en maestro y entiendes que enseñando también puedes aprender —Esta vez un suspiro se le escapó, y deseó con toda su vida que Leví pudiera sentirlo mientras viajaba en el viento—... Pero pocas te enseñan y te marcan tanto como tú lo hiciste conmigo. Pocas se convierten en tu roca, en tu pilar, en el último latido de tu corazón.
Howe poco entendía del amor, pero realmente lo amaba.
—¿Martín?
—¿Si?
—¿Puedo disfrutar el resto de mi vida a tu lado?
Martín, su amado amigo, no lo pensó ni por un instante.
—Puedes.
Pero, justo cuando lo dijo, Howe se dejó caer de una vieja silla y murió junto a la soga que a su cuello había atado.
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|| HOWE ||
ContoHowe era un hombre extraño. Un demente. Un desequilibrado. Howe era un hombre desconocido. Un incomprendido. Un repudiado. Howe era un hombre soñador. Un iluso. Un romántico. Howe era un hombre. Howe era un loco.