Capítulo Dos

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CAPÍTULO DOS: TÍTULOS

JAYDEN

La cálida brisa de mi hogar chocó contra mi frío organismo, calentando cada rígido músculo con su suave toque. Cerré la puerta detrás de mí para que el aire que producía el calentador no se fuese a desperdiciar, poco a poco empezando a quitarme mi abrigo junto a mis cómodas botas hasta los talones.

Desde la cocina se escuchaba las voces por parte de mi familia, así que con pasos lentos avancé hacia la habitación con las bolsas del supermercado en mis manos. Después de haber salido del trabajo, pensé que era lo mejor salir a comprar unos cuantos víveres para la casa, a pesar de que me ganaría un par de reproches por parte de mis padres por gastar mi dinero.

—Hola ratona —me ofreció una sonrisa mi hermano mayor.

Recordaba el día en que mi madre me contó la historia del por qué decidió llamar a mi hermano como uno de los personajes de la biblia. Abel, siendo tres años mayor que yo, nació con los ojos azules claros de mi padre, poseyendo la cabellera rubia de nuestra progenitora. Su marcada mandíbula, pero suave barbilla, le hicieron recordar a nuestra madre aquel personaje que fue asesinado por su propio hermano. 

Abel y yo éramos demasiado diferentes con respecto a nuestras personalidades. El agua y el aceite combinados, causando una diferente explosión de sentimientos. Pero el exterior era como un fino cristal proyectando el reflejo de ambos, luciendo casi iguales en nuestros rasgos físicos. El mismo cabello rubio, los irises azules, las mejillas naturalmente sonrojadas y los labios siendo no tan gruesos. Era mucho más alto que yo, por lo menos una cabeza y media, y eso me gustaba, debido a que me hacía vivir el papel de hermana menor por completo. 

Lo que más amaba de mi hermano mayor era el poder utilizar las grandes prendas de ropa que poseía, especialmente sus camisetas, las cuales me quedaban tocando mis muslos y unos dedos más abajo. Abel poseía un cuerpo perfectamente musculoso, todo acomodado en su verdadero sitio. No poseía una anatomía que le hacía lucir como un ropero, no, tenía lo necesario para presumirlo entre los demás.

Yo, por el otro lado, era un experimento de cuerpo. Mis brazos eran delgados al igual que mi torso, poseyendo una cintura regular. Mis piernas eran lo llamativo de él, debido a que eran demasiado gruesas para tener desde ellas para arriba un cuerpo delgado. Muchas de las chicas del trabajo comentaban que envidiaban mi cuerpo, ya que tenía lo necesario de cada una de las partes adecuadas. Claro, aunque eso significase el querer esconder mi verdadero organismo del resto del mundo después de que terminase la noche.

—No me llames ratona —le golpeé jugando en su brazo. Bajé la mirada hacia mis padres, quienes se encontraban en medio de una partida de dominós —. Hola —les llamé su atención con voz cantarina, ambos subiendo sus ojos.

La diferencia de colores en ellos me hizo sonreír. Mi padre poseía los ojos azules que apreciaba en mi rostro cada día delante del espejo, mientras que mi madre tenía los irises verdes más claros que había apreciado en toda mi vida, los cuales hacían contraste con su cabellera dorada, siendo la típica descripción del ciudadano americano. Papá, por el otro lado, había inmigrado a este país cuando tenía dieciséis años desde España con sus padres. Muchas personas no creían que era europeo hasta después de escucharle hablar con aquel acento que enamoró a mi madre, debido a que sus ojos azules y cabello rizado negro como la noche le hacían lucir parte de cualquier otro país.

—¡Aiden! —mi padre depositó un sonoro beso en mi mejilla. Miró a mi madre —. No vayas a tocar mi juego, Betsabeth, te conozco —le advirtió, provocando que mi hermano y yo soltásemos una pequeña carcajada.

—No voy a tocar nada, Elliot —le aseguró mi madre alzando las manos en defensa. Rodó los ojos con una sonrisa, mirándome felizmente —. ¿Cómo te ha ido en el trabajo, Aiden?

Tengo Ganas de Ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora