Capítulo Cinco

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CAPÍTULO CINCO: NOMBRES

JAYDEN

El suave aroma varonil llegó a mis fosas nasales al encontrarme con mi cabeza sobre su musculoso pecho, mis ojos parpadeando poco a poco aclarando mi campo visual, encontrándome en su habitación, dentro de sus sábanas.

Mis mejillas se sonrojaron de la vergüenza, pensando en que había hecho lo que miles de veces juré nunca hacer, prometiéndome a mí misma no terminar como la mayoría de muchachas dentro de Caraval, todas acostándose con los clientes guapos que terminaban endulzándoles los oídos para llevárselas a su cama a cambio de dinero. ¡Y él ni siquiera pronunció palabra u oración alguna! Al contrario, no necesitó decir palabra alguna, lo único que necesitó fue tomar su mano entre la mía, entrelazar nuestros dedos en un fuerte agarre, hechizándome en un remolino de desconocidas sensaciones que solamente soñé en experimentar.

Lo único que me reconfortaba era el hecho de que no me ofreció dinero alguno, que no insinuó que era una simple mujer sin educación que había venido a cumplir con sus necesidades. William había sido delicado con cada una de sus caricias, con cada beso que sus labios y los míos compartieron, asegurándose de que sus manos fuesen suaves y amables en cada nuevo roce. Fui yo quien pidió que dicha delicadeza dejase de existir, ya que su lentitud acabó con la poca paciencia que tenía gracias a lo que sus dedos y boca provocaban en mi cuerpo.

No intercambió palabras conmigo, no exigió tener respuestas ante las preguntas que vagaban por sus ojos azules, los cuales no dejaron de mirarme ni un solo segundo. Sus brazos alrededor de mi cuerpo me recordaban la viva sensación que experimenté la primera vez que estuvieron rodeándome, su tacto sintiéndose como si de fuego se tratase, sus yemas de los dedos quemando cada centímetro de piel que acariciaban.

Con delicadeza me levanté de la cama, esperando a que no se despertase con tanta lentitud. Su cuerpo se movió colocándose de lado, apoyando su cabeza sobre su brazo izquierdo. Mi mirada vagó por su espalda, percatándome del pequeño tatuaje que poseía en el hombro derecho, mi ceño frunciéndose ante las tres iniciales que estaban escritas en tinta negra. JDK leía su piel, la curiosidad haciéndome querer saber sobre quién se trataba y cuál era su verdadero significado.

Me coloqué cada una de mis prendas rápidamente en total silencio, haciendo muecas de miedo cada vez que él se movía, o cuando sus labios soltaban un pequeño murmullo entre sueños. Salí de su habitación —dando pasos de bailarina clásica —lo más delicada posible y cerré la puerta detrás de mí, dejándola abierta solamente centímetros. Mi corazón latió con fuerza al pensar que estaba siendo muy mala persona al irme sin darle cara, sabiendo que no era lo correcto, pero mi rostro ardía de vergüenza.

Coloqué mi mano sobre mi abrigo en el perchero cuando otra se posó sobre esta, haciendo que ahogase un grito de sorpresa, mi cuerpo viéndose obligado a girar gracias a la otra mano libre que se colocó en mi cintura con firmeza. Unos pares de ojos azules me miraban atentos, brillando enojados.

—La bailarina pensaba huir —dijo en un susurro —. Muñeca, la próxima vez que quieras escapar, no hagas mucho ruido.

Y yo que pensaba que había sido de lo más cautelosa al hacer todo con delicadeza. La sorpresa debía de estar presente en mi rostro, ya que una sonrisa de satisfacción llenó sus labios, ladeando la cabeza para apreciarme mejor. Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho, y juraba que en cualquier momento daría un ataque cardíaco gracias a que su mano izquierda se acercó a mi rostro, acariciando mi mejilla con sus nudillos. Cerré los ojos, el contacto se sentía suave, delicado.

—¿Te doy tanto miedo que querías huir? —cuestionó, alzando ambas cejas.

Mi burbuja se rompió de la misma manera en que se formó: en tan solo segundos. Tomé dos pasos hacia atrás alejándonos por solamente esa pequeña distancia, apreciando como sus cejas subían llenas de sarcasmo. Mi dedo índice acomodó un mechón de cabello detrás de mi oreja, preguntándome cómo me había metido en tan complicada situación con uno de los hombres más codiciados del país, sin agregar que era demasiado guapo.

Tengo Ganas de Ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora